LA AVENTURA DE BLONDI Y MIRKO
Blondi es una película sencilla, de económicos 90 minutos. Parece una tontería destacar esto, pero estamos hablando de una ópera prima -y la ópera prima de una figura del cine nacional, para más detalles-, con lo cual el gesto se agradece. Lejos del exceso y la apuesta a querer decir todo de un tirón, Dolores Fonzi debuta en la dirección con una comedia dramática de una ejecución precisa, alimentada por una dupla protagónica que arrolla al espectador a pura química: La propia Fonzi y Toto Rovito, madre e hijo en la ficción, construyen un vínculo que trasciende la pantalla y queda en la memria. Son una madre y un hijo sin demasiada distancia en el tiempo (ella lo tuvo a los 15 años) y con una relación que exhibe rasgos de una actualidad lejana a cierta definición clásica de aquellos roles: Duermen juntos, fuman porro juntos, van a recitales juntos. Blondi (que es el apodo de ella y el título de la película) es por lo tanto el registro de un vínculo, de un momento en la historia de ese vínculo, al que una decisión de unos de los personajes pondrá en crisis.
Mientras miraba Blondi me acordaba de otra ópera prima reciente del cine nacional, la comedia dramática El futuro que viene de Constanza Novick, no casualmente también protagonizada por Dolores Fonzi. De hecho, Novick y Fonzi comparten la realización del guión (junto a Laura Paredes, coguionista de Blondi) del film mexicano Soy tu fan: La película. Y hay entre El futuro que viene y Blondi una relación de miradas, como un multiverso en el que conviven personajes humanísimos y sensibles, atravesados por diversas crisis y pérdidas, donde la música y la conexión con aquello que nos constituyó en una etapa de la vida (la infancia y la adolescencia es una instancia clave en estos personajes) sirve como salvavidas en medio del naufragio emocional. Ambas son películas sin gritos, sin crispaciones, jugando en los límites del melodrama pero sin caer en excesos. Aquella era la relación de dos amigas, esta de una madre y un hijo. El mismo tono, la misma amabilidad, la misma inteligencia para lograr que nada de lo que ocurre se vea forzado.
Fonzi le suma, además, una capacidad llamativa para lograr instancias de humor absurdo en un contexto donde prima cierto naturalismo. Por ejemplo toda la secuencia del hotel en la ruta, que juega con el terror, o toda la situación que lleva a su hermana (una Carla Peterson recuperada para la comedia) a fugarse y pasar unos días en una suerte de comunidad que huele a secta. Son pasajes que podrían romper con la lógica de la película, pero que se sostienen porque el guión tiene la habilidad para releer esos pasajes como intromisiones de lo fantástico en la vida cotidiana y porque piensa la vida cotidiana como una aventura. Sobre todo para Blondi, madre adolescente, que ha hecho un camino propio. Y para Mirko, un pibe con una sensibilidad y un vuelo propio, que va construyendo su vida a pura intuición. Blondi corta ahí, en el preciso momento en que ambos se tienen que distanciar. Esa era la porción de vida que quería contar, la aventura de Blondi y Mirko en el instante en que el hijo emprende su propio camino. Lejos de los sentimentalismos, Fonzi concluye con película cantando María, de Blondie, a los gritos en el auto. Nada podría importar más si lo que importa es capturar momentos.