El tiempo todo lo destruye
Blue Valentine (Una historia de amor) (Blue Valentine, 2010) es, de hecho, la historia de un cortejo y la historia de un desencanto. Es el relato de un chico y una chica (Ryan Gosling y Michelle Williams) divido en dos temporalidades: los días de flirtear y prometer, y los días de pelear y acabar el matrimonio. La narración corta temporalmente entre el escenario chico-conoce-chica y la disolución de la misma pareja, más vieja, fofa y con una hijita encima. El título promete amor y probablemente haya algo de eso, pero la anatomía del film se ocupa mayormente de elipsarlo.
“El tiempo lo destruye todo”, reza el epílogo de Irreversible (2002). Este era el film de Gaspar Noé donde las escenas se resolvían en un solo plano y todas corrían al revés (comenzando por el fin y terminando por el principio). Al invertir la lógica causal de los eventos, volvía impotente la mirada del espectador y todo intento de reconstrucción del argumento. Por otro lado, el conocimiento de la consecuencia mantenía al público atentamente buscando una causa inmediata.
El film no posee tanta crueldad manipuladora (o temática), pero comparte una cierta simetría en la elaboración de sus relatos, que se presentan como paralelos y alternos, cuando en realidad son dos momentos de una misma línea temporal. Ahí está lo intrínsecamente terrible del tiempo: que la “historia de amor” ocurra entre líneas, entre cortes, un vacío que sólo ha de ser representado por su causa y su consecuencia, pero nunca en sí mismo. Es, también, el verdadero mérito de Blue Valentine: representa una relación madura y verosímil sin recurrir a los más típicos gajes de construcción.
Esto, a su vez, la hace una película gris (desde la tonalidad de su paleta hasta el registro más simbólico de la imagen). Está filmada, cortada y montada al estilo del cine “introspectivo”, de moda hoy en la periferia cinematográfica: tomas largas, saltos de foco, planos secuencia y general ascetismo de la imagen.
Las escenas del pasado se han filmado en 16mm y las del presente en formato digital, aunque el director/guionista Derek Cianfrance no llegó a concretar su deseo en la realidad de filmar ambas temporalidades con años de distancia entre sí, para avejentar tanto a los actores como la relación entre ellos. El núcleo de prácticamente toda escena yace en la interacción entre Gosling y Williams. Pesa sobre sus dotes actorales sostener el relato. Improvisan gran parte del material y logran generar una química tan humana que la película puede prescindir perfectamente del proyecto “a tiempo real” del director.
Cianfrance ha pasado los últimos doce años de su vida haciendo documentales para recaudar fondos de financiación. Es su primer largometraje y es implícitamente autobiográfico, una película “independiente” de esas que encuentran distribuidores de renombre a último momento, en parte gracias al peso de los protagonistas, y así logran trasgredir los códigos de producción moralistas de la industria. No de otra forma un director desconocido lograría colar escenas (de sexo, de injuria, de incorrección política) en una película distribuida por los hermanos Weinstein (los mecenas de Steven Spielberg y Quentin Tarantino, entre varios otros).
El tiempo todo lo destruye y esta película da cuenta brutal de ello. No es realmente un ejercicio sobre la nostalgia, ni un drama de golpes bajos que quiere sensibilizar a toda costa: es, simplemente, la exposición apasionada de un antes y un después, las terribles fauces de una elipsis que traga todo lo bueno del medio.