Derek Cianfrance, co-guionista junto a Joey Curtis y Camie Delavigne, eligió muy bien a Michelle Williams, una impecable Cindy y a Ryan Gosling, como un perfecto descompuesto Dean. En ellos el equilibrio reside no sólo a nivel visual sino en la perfecta sincronía de sus trabajos actorales.
Ahora bien, que nadie se confunda porque Blue Valentine no es una historia de amor risueña ni aún en sus pasos de comedia, sino más bien una pintura de cómo las relaciones amorosas, muchas veces, no logran salir de su encrucijada final.
Con un gran manejo de los tiempos y un uso del flashback que hace difícil muchas veces distinguir en qué momento de los 6 años que están juntos está ocurriendo lo que vemos, la película demanda una mirada bien centrada en el pequeño detalle del igualmente pequeño paso del tiempo.
Como toda pareja que ve irse hacia el abismo la familia que construyó, Cindy y Dean irán a pasar una noche romántica en un intento más de rescatar aquella pasión demoledora que comenzó años atrás y que los unió dando una hija como fruto. Eligen pasarla en un hotel temático, esas maravillas de la modernidad y la “habitación de futuro” es la elegida, pero en esa habitación del futuro verán el pasado que en fragmentos y como una sutil cascada, muestra por qué el presente es lo que es. Arrancando obviamente desde el día en que se conocieron, se enamoraron, llegaron a la culminación bella de ese amor y todo comenzó a caer.
Encontrarse y perderse es cosa de casi todos los días. En el film de Cianfrance, lo realmente interesante es cómo se narra esa historia de ganancias y quebrantos que es el amor. Cámara, fotografía y diseño sonoro logran una homogeneidad en el montaje coincidente con la química que Michelle Williams y Ryan Gosling consiguen mostrar en la pantalla.