Crónica del desamor.
Ver Blue Valentine es como leer Rayuela, de Julio Cortázar, pero de corrido. Uno va alternando diferentes momentos de una historia con una coherencia que se va armando progresivamente. En este caso, una historia de amor que termina siendo un triste relato de separaciones y odios. Se pasa del casamiento esperanzador al último adiós. De la tierna primera relación sexual de la pareja hasta el último y desmotivado sexo. Así es esta película de Derek Cianfrance, un canto realista a las relaciones amorosas. Cruda, inteligente, fuerte, demasiado empática.
Ryan Gosling es “el” y Michelle Williams es “ella”. Se conocen de casualidad en Pennsylvania, mientras ella venía de una desilusión amorosa y con una noticia que movía su mundo. El es un ex estudiante que rastrea sus pasos hasta conquistarla. Con situaciones familiares diferentes, pero igual de disfuncionales, se enamoran, se casan y crían juntos a la pequeña Frankie.
Luego, falta un lapso. El del desgaste. Sabemos que este matrimonio ya no es lo que era, se evitan, se gritan, y su hija es lo único que los une. Definitivamente, esta no es la película para ir a ver en pareja y seguramente ningún tipo de relación, en ningún estado. Es muy poco alentadora para los que recién comienzan, la peor decisión para los que están en crisis, y la dosis de depresión necesaria para los que acaban de pasar por algo similar.
Blue Valentine es shockeante. Es muy realista. Y eso se debe a un guión simple, con mucha improvisación, pero sólido. A las actuaciones; sutiles y brillantes de dos actores que fueron promesas en Hollywood y que ahora son de lo mejor de su generación. Y que siguen apostando, en la mayoría de su filmografía, a películas valientes e independientes.
Es cierto que algunas situaciones Gosling roza la sobreactuación, como la escena en la clínica donde trabaja Williams, pero en la situación del puente uno ve un gran interprete desplegando sus mejores herramientas. El cuerpo y la imaginación al servicio del personaje.
Asimismo, los años de relación que la película se saltea (como recurso literario, claro) produce intriga por saber qué fue lo que sucedió para que la pareja se desmorone. Seguramente haya sido la misma relación, pero esa incertidumbre quizás inquieta y desilusione a algunos espectadores.
La fotografía tiene mucha lucidez en diferentes momentos. Desde las recorridas nocturnas, con luz casi nula, hasta el imaginario de un albergue transitorio, con visión futurista y luz azul acorde, que aleja a la pareja por algunos minutos de su frustrante monotonía.
La cinta no tiene tanto contenido sexual como se la vendía en Estados Unidos, donde le intentaron poner una restricción de edad elevada (mayores de 17 años) por una escena de sexo oral, que no dista mucho de lo que se puede ver en algunas ficciones argentinas. No incomoda.
Blue Valentine esquiva los clichés cinematográficos y apunta directamente al corazón del espectador de manera punzante y rigurosa. Es una Annie Hall sin comedia, pero un relato realista fin. De visión recomendable, pero no apta para grupos en riesgo amoroso.