Este esperado estreno, esperado por las repercusiones que tuvo en el exterior, incluyendo nominaciones para el premio de la Academia de Hollywood, entre otros, sólo se termina justificando por las actuaciones de sus protagonistas.
El problema principal de este filme es su inocultable pretenciosidad, trabajada casi exclusivamente desde su estructura narrativa, digo, en como esta contada y a partir de ahí qué esta contando.
La presentación de la historia con cortes temporales, idas y vueltas, flashbacks, en donde se intenta realizar una radiografía de la relación de esta pareja, los instantes de conocimiento, enamoramiento, pasión, acostumbramiento, desilusión y muerte del amor, es trabajado desde el montaje mezclando constantemente los tiempos y la etapas por la que esta transitando la pareja.
El resultado termina siendo un tanto confuso, pero que contrariamente a lo que la confusión podría producir, tampoco deja de ser previsible, y la estructura elegida, no sólo por estos detalles, queda vacía de contenido y sin justificación alguna.
Se podría hacer una correspondencia con otras producciones para explicar con ejemplos que me parecen pueden aclarar el punto. Hace ya nueve años se estrenaba “Memento” (2000) de Christopher Nolan, realización que fue un éxito rotundo, a mi entender también bastante injustificado, y con algunos errores de construcción de personajes, por lo menos no se notaba, o sin haber intentado pedir asesoramiento científico o, en su defecto, a recurrir a alguien que sepa del tema. El punto es que era un alarde de montaje por el montaje mismo, sin otra intención que mostrar que hago algo que se asume como diferente. Si bien las producciones tenían dos años de diferencia, casi contemporáneamente se estrenaba esa pequeña maravilla del director argentino radicado en Francia, Gaspar Noe “Irreversible” (2002).
Ambas contaban una historia en retroceso, esto es de atrás para adelante, pero si en la primera no tenía justificación dialéctica, la segunda se sustentaba ya desde el titulo en esa vertiente. El director tenía algo para decir en relación a la conducta humana y lo hizo rompiendo un molde establecido y argumentándolo de principio a fin,
Volviendo a nuestra “nueva” historia de amor. Para ser honestos habría que decir que la producción tiene logros importantes, como la ya señalada excelentes actuaciones, sobre todo de la pareja protagónica, que le dan carnadura a sus personajes, calidez y cotidianeidad que redunda en la posible identificación con ellos. Asimismo es poseedora de una muy buena banda de sonido, por momentos empática a la historia, y en otras casi en el orden de lo diegetico. En contraposición se observa el juego impuesto en el trabajo de fotografía que intenta diferenciar el pasado y el presente desde el manejo del color hasta la estética por momentos de video clip.
La historia es bastante sencilla, Dean (Ryan Gosling) y Cindy (Michelle Williams) son marido y mujer y narra su relación a través de los años. Los conflictos que enfrenta la pareja encuentran su raigón en el disconformismo de ella, o en sus deseos de seguir generando proyectos que la compensen, asociado en forma casi inversamente proporcional a la satisfacción con la que él se percibe, quién concentra sus deseos y proyectos en dependencia directa con su mujer y la hija de ambos.
Ya Sigmund Freud con todas sus investigaciones se terminaba preguntando ¿Qué quiere una mujer? No es viable pretender que lo responda Derek Cianfrande en su ópera prima. ¿No?