Amor en fuga
El amor viene, el amor se va. Así puede sintetizarse (torpemente) este triste San Valentín (Blue Valentine). Es la historia vivida por muchos. Tal vez la ilusión romántica del amor eterno, que se hace pedazos por medio de un factor: “el tiempo lo arruina todo”, como planteaba Gaspar Noé en Irreversible. ¿Es destino fatal o una situación que no cuaja con gran parte de la humanidad? Podrá taparse o ponerse a la vista cuando, por cansancio, hartazgo, exceso de optimismo en el cálculo o, simplemente, incompatibilidad, el amor se acaba. Y empieza el dolor, la denigración mutua. Cuando se trata de buena gente, como los personajes que protagonizan de la película, el dolor duele más. Ellos dice que no saben qué hacer, se declaran impotentes, desconocedores, de cómo poder salir de la fea situación que precede a separarse.
Ryan Gosling y Michelle Williams, ambos nominados para los Globo de Oro y los Oscar, llevan adelante esta dolorosa historia. Una firme dirección de Derek Cianfrance, quien también intervino en el guión, hace ascender lentamente las situaciones hasta llegar a un fuerte clímax, que la antes mencionada mayoría (tal vez) de la humanidad conoce bien.
El empleo, en casi todo el film, de potentes teleobjetivos, con el consiguiente efecto de aislamiento de los personajes, sumidos casi siempre en las brumas del fuera de foco, no hace sino dar el marco visual conveniente para los altibajos propios de lo que se cuenta. Los primeros momentos contrastan con los últimos, actuando todo como un gran espejo que el que, sin ojo crítico, reiteramos que muchas personas revivirán situaciones (placenteras y patéticas) bien conocidas, aunque no muchas veces mostradas con la sencillez que maneja el director Cianfrance.
Es un espejo, en el que no cuesta mirarse ni identificarse. No actúa como sermón, ni toma una postura. ¿La transparencia que para el cine planteaba André Bazin por otros medios?