Eso que nos une y nos separa
Los amantes de las historias de amor dolorosas (esas que serán canciones pop o no serán nada y que se construyen sobre la base de un morbo algo particular) tienen aquí el último modelo de película-bisturí para cortarse las venas en tardes domingueras de invierno: Blue Valentine, una historia de amor. Para peor, hay resabios postmodernos en la narración: la conformación y la ruptura de una pareja es contada en dos tiempos, sin linealidad alguna, y dejando en un fuera de campo absoluto a todo lo que unió a esa pareja. Para peor II: Blue Valentine tiene muchos tics del cine indie norteamericano y dos actuaciones (Michella Williams y Ryan Gosling) que hacen de la intensidad su tono más presente. Sin embargo, contra todo el cinismo que uno podría prejuzgar en este film de Derek Cienfrance, alguna rara alquimia hace que las piezas se acomoden extrañamente, todo lo puede estar mal está bien, lo moderno nunca sea cinismo sino una nueva paleta de colores para pintar nuevamente una historia ya vista y la película se termine convirtiendo así en uno de esos angustiantes relatos de amor que el cine entrega cada vez menos.
Dean y Cindy se conocen en condiciones poco propicias, pero le ponen toda la voluntad a ese amor que va surgiendo. Mucho más, incluso, cuando se conoce que ella está embarazada y que el hijo que lleva en el vientre no parece ser de esta relación. Dean (Gosling) es un laburante mientras Cindy (Williams) ansía convertirse en una importante médica. Sueños, que son bastante módicos y cercanos, y es por eso que esta historia de amor también atrapa. Lo interesante del trabajo del director es que construye esta historia con indudable concepto estético, pero no por eso se dedica a embellecer el presente de dos personas bastante simples. Esto no es Eterno resplandor de una mente sin recuerdos y los manierismos y barroquismos visuales de Michel Gondry (el dolido cool), sino un film cercano en espíritu al buen cine independiente: el de Cassavettes.
Lo que vemos en el film es el momento en que Derek y Cindy se conocen y el momento en que Derek y Cindy comprenden que la relación no da para más. Eso llega durante el encuentro que mantienen, con intención de reavivar la chispa, en un albergue transitorio temático: alquilan la habitación “del futuro”, un espacio controlado por el metal, la fotografía azulada, la frialdad y la distancia. Se emborrachan, cogen un poco absurdamente (o lo intentan), pero todo se está destruyendo progresivamente: evidentemente el “futuro” que explicita esa habitación no da lugar a mayores discusiones. Es el final. Otro hallazgo de Blue Valentine es precisamente nunca mostrar cómo fue la vida en conjunto de Derek y Cindy, si no ir a los extremos para hacer mucho más absurdo el significado de la vida en pareja, de ese gran triunfo del conservadurismo llamado familia: las ilusiones sobre lo que vendrá, la desilusión sobre lo que fue. Es ahí, en ese momento, cuando se vislumbra el sinsentido de intentar encajar en determinadas coordenadas sociales. Cienfrance lo dice amargamente, en un film que no ofrece concesiones para con el espectador: lo sumerge en un universo de decisiones tomadas y de angustias compartidas.
Tal vez algunos vicios del cine Indie atenten contra los resultados finales de Blue Valentine (algo de impostación, la irascibilidad que surge como idea de tensión dramática para resolver giros de la narración), sin embargo, como decíamos, el film logra sostener toda su carga formal (fotografía recargada, banda sonora cool, edición fragmentada, diferencias en la imagen para retratar el pasado o el presente) porque Cienfrance es totalmente honesto con lo que cuenta, es crudo sin caer en excesos y, por si fuera poco, cuenta con dos intérpretes en estado de gracia. Protagonistas exclusivos, Williams y Gosling llevan a Blue Valentine a los lugares que no puede cuando su afectación indie parece desbordarla: como un Casavettes con Rivotril, la pareja afronta el compromiso de una película que termina repercutiendo físicamente y a la que conducen por caminos veraces y tangibles. Y que, en última instancia, nos hace comprender la esencia de aquello que nos une y nos separa.