Logradas escenas del final de un matrimonio
Sorprende esta película estadounidense, claramente situada por sobre el promedio de las obras de ese origen dedicadas a problemas de pareja. Sorprende y duele, porque nos presenta con mucha honestidad varias escenas del final de un matrimonio, confrontadas con las del noviazgo y los primeros tiempos. No sabemos por qué la parejita de aquellas buenas épocas terminó siendo lo que ahora vemos, en apenas seis años. Porque sus integrantes se siguen queriendo, en el fondo rehúyen separarse, sobre todo porque está la nena, pero también sienten desilusión, agotamiento, hastío, en fin. No lo sabemos, pero podemos sospecharlo.
Las espectadoras, o los enamorados de la chica rubia, van a comentar los defectos del hombre, entusiasta, creativo, cariñoso, pero demasiado desorganizado y neurótico. Los varones, en cambio, comprenderán los esfuerzos del enamorado ante una piba linda pero apagada, insulsa, que no sabe comunicarse ni decir lo que quiere, y quizá tampoco sepa lo que quiere. Y más de uno, por no decir prácticamente todo el público, reconocerá ahí algo de sus propias experiencias, las lindas y las amargas, sobre todo las primeras intimidades, y luego la convivencia agria o desinteresada, y también la rabia y el dolor de separarse. Por ahí va el atractivo del film, ése es su mayor mérito.
La pareja imaginada para el film es creíble, las situaciones son verosímiles, los intérpretes adecuados, como los maquilladores, y el autor tiene mucho don de observación y maneja correctamente un estilo a lo Cassavetes, cercano sobre todo a «Minnie & Moskowitz (Así habla el amor)» pero sin final feliz. Típica, la escena en que el marido arroja furioso su anillo de compromiso al medio de un yuyal, e inmediatamente se pone a buscarlo todo el resto del día, mientras la mujer lo mira con piedad y mucha vergüenza por haberse casado con semejante papelonero. Derek Cianfrance es el autor, que viene del documental y ya se ha lucido en algunos retratos de músicos. Acá se luce como debutante en la ficción, y también destaca cierta habilidad comercial, ya que el gancho de la obra ha sido, en primera instancia, la reacción de la censura americana por ciertas escenas de sexo. Ryan Gosling («Lars y la chica real») y la ascendente Michelle Williams («Wendy & Lucy») hacen con reconocible naturalidad esas partes, y también las otras mucho menos agradables.
Resumiendo: sería exagerado compararla con las «Escenas de la vida conyugal», de Ingmar Bergman, ni siquiera con el «Matrimonio» de Claude Lelouch, pero esta «Blue Valentine», que en algunos países se estrena como «Triste San Valentin», tiene lo suyo, y vale la pena. Cuestión de animarse a verla, que en este caso es como decir animarse a ver, probablemente, una historia como la de uno (encima sin la rubia).