Sugestivo homenaje a un clásico de Lynch
Una película tan singular como Terciopelo azul merecía un documental tan poco ortodoxo como el de Peter Braatz, realizador alemán que empezó a producirlo hace muchos años, durante el rodaje de aquella película que fue una bisagra en la carrera de David Lynch. Braatz era en aquel entonces un joven estudiante de cine fascinado por la extravagancia de un artista que trabajaba fuera de toda norma. Llegó a Carolina del Norte con pocos planes y terminó obteniendo un material muy sugestivo que le permitió darle forma a esta especie de meditación impresionista construida en base a un collage audiovisual, que cruza desprejuiciadamente imágenes en Super 8 y más de mil fotografías tomadas durante la filmación. La música de Tuxedomoon, inclasificable banda de vanguardia nacida en San Francisco a fines de los 70, y de Cult With No Name, otros aventureros del post-punk británico, funciona a la perfección para este film de clima ensoñador que no desentonaría si fuera proyectado en una galería de arte.
Como es habitual, Lynch se muestra amable y comprometido con su tarea, pero reticente a revelar los significados de su cine. Entre los valiosos testimonios que recogió Braatz se destaca el de Dennis Hopper, a cargo de un siniestro e inolvidable personaje en ese film. Para el gran actor, fallecido en 2010, Lynch es sobre todo un surrealista que investiga su inconsciente y no emula absolutamente a nadie. Una definición exacta, difícil de discutir.