Buscavidas
En su segundo largometraje, Jorge Zima (Noche en la terraza) busca recuperar un género poco transitado en los últimos tiempos (la comedia de enredos con aspiraciones populares) que sólo la factoría Suar, Juan Taratuto y algunos pocos exponentes más han sabido cultivar con buena repercusión.
Para semejante desafío (no es fácil hacer una digna comedia y, mucho menos, llegar a un público masivo), Zima se rodeó de actores dúctiles como Rodrigo de la Serna y Erica Rivas (pareja en la vida real y en la ficción), Roberto Carnaghi, María Fiorentino y un descubrimiento como Juan Vattuone.
El resultado es un film leve, que apuesta por un humor zumbón y que, a pesar de sus desniveles, resulta simpático y, en varios pasajes, bastante entretenido. Es cierto que la dupla De la Serna-Rivas (dos de mis intérpretes favoritos) merecerían un guión todavía más sólido y punzante para demostrar todas sus facetas, pero aún con las limitaciones y concesiones de esta historia salen más que airosos.
De la Serna es Oscar, un típico chanta y buscavidas porteño que regentea junto a su tío (Carnaghi) una compañía discográfica en decadencia. Mientras intentan, sin suerte, sobrevivir con la venta de viejos discos a coleccionistas asiáticos o con el lanzamiento de carilindos jóvenes, descubren que un viejo tema del sello, A papá mono, ha sido remixado por una banda noruega de música electrónica que lo ha convertido en un hit.
A punto de viajar a Miami con su novia Natalia (Rivas), una chica superficial y algo naïf pero sensible y bienintencionada, Oscar cambia de planes y la lleva (engañada) hacia las sierras de Córdoba (lejos del esplendor turístico), donde -cree- vive el autor del tema original -editado sin ningún éxito tres décadas atrás- que podría convertirlo en millonario gracias a las suculentas regalías.
Lo que sigue es una sucesión de desventuras, tropiezos, improvisaciones, malosentendidos, engaños y vueltas de tuerca que por momentos resultan ingeniosos y, en otros, apelan a un vértigo algo confuso.
El film es premeditada, orgullosamente "grasa" y kitsch, mientras se juega por los estereotipos para luego trascenderlos con una buena dosis de sensibilidad. Por momentos, para mi gusto al menos, elige un tono algo exagerado y utliza la pegadiza música (del propio Zima) de forma demasiado enfática. De todas maneras, quedó dicho, se trata de una comedia (romántico-musical, pero también con toques de suspenso) que tiene unos cuantos atributos como para contactar con el público. Veremos si lo logra.