El grotesco criollo, devaluado
Versión corroída del grotesco criollo, cierto cine argentino tiende a asociar la farsa con la caricatura, el estereotipo, el trazo grueso. Escrita y dirigida por Jorge Zima, Boca de fresa es un exponente prototípico de una visión que, en lugar de deformar, condena a sus personajes al rol de estampitas chirriantes. El pelo recogido con una colita, la camisa combinando rayas y flores, el traje blanco, los anteojos de marco blanco, el descapotable blanco, el “chanta” que compone (o le hacen componer a) Rodrigo de la Serna parece un Johnny Tolengo fuera de época. El tipo se llama Oscar, intenta currar a melómanos chinos con vinilos rayados y en el escritorio de al lado lo tiene a su tío (Roberto Carnaghi) sacándoles fotos a cantantes de décima. Se supone que ambos son socios en una “productora musical”, pero lo que en verdad tienen es un sótano húmedo con unas fotos viejas pegadas en las paredes. Todo huele a unos años ’70 de Pintura fresca (el grupo) y en verdad fue en esos años cuando la “productora” conoció el que fue su único hit. Se llamaba “A papá mono”, lo cantaba un tal Freddy y cuando Oscar escucha por la radio la versión de un grupo noruego, que según dicen es un exitazo global, sale como loco en busca de Freddy, ya que él y su tío son tan truchos que nunca atinaron ni a registrar el tema.
Con Erica Rivas, esposa de De la Serna en la vida real, haciendo de la Cachorra de este Isidorito devaluado (una Cachorra que más parece una doble fallada de Susana Giménez), como es común en el grotesco todas las ambiciones de Boca de fresa parecerían limitarse a reducir a sus personajes a la condición de idiotas, grasas, truchos o todo eso junto. En lugar de viajar a Miami, que es lo que la chica soñaba, Oscar y su novia van a parar a unas sierras cordobesas que son como la versión extralarge de un baldío. En busca de un Freddy que tal vez haya muerto, ambos se comportarán como la peor versión del porteño que alguien del interior puede tener. Y los pocos pueblerinos con los que se cruzan son la peor versión del provinciano que la peor versión del porteño podría imaginar. Boca de fresa resulta, a su vez, la peor versión del grotesco –la más prejuiciosa y cliché, la más perezosa e ineficaz– que una víctima del grotesco podría temer tener que ver.