Una película sin rumbo
Boca de fresa (2010) desde su primera escena sugiere que podemos llegar a estar frente a una gran película. Un cine diferente, narrativo, rítmico, ese cine de extraños personajes que rozan lo kitsch, lo retro, la comedia moderna con nuevos códigos. Lástima que todo eso haya sido sólo una apreciación que se diluyó apenas cinco minutos después de los títulos iniciales, cuando nos dimos cuenta que la película necesitaba una brújula para llegar a destino y que aún así nunca encontraría el camino.
Oscar (Rodrigo de la Serna) es un mediocre productor discográfico que trabaja junto a su tío (Roberto Carnaghi), un decadente fabricante de estrellas que supo conseguir éxitos en épocas pasadas y que hoy sobrevive gracias a la caza de nuevos talentos. Un día escuchan un tema por la radio que es un viejo hit de los 70 remixado y que se ha convertido en éxito mundial. Con esta premisa comienza una road movie cuya meta es hallar a quién fuera en un pasado autor de un tema musical que hoy no para de sonar y del que no se tiene ninguna noticia. Claro está que todo es por el vil metal o alguien pensó lo contrario.
Jorge Zima plantea un film al que no se sabe muy bien como seguir. ¿Comedia clase B? Esa hubiera sido una buena opción pero ni siquiera se le acerca. El principal desacierto del film es el de nunca encontrar el tono para contar la historia. Lo que empieza como un homenaje a películas como La discoteca del amor (Adolfo Aristarain, 1980) perderá el rumbo y se convertirá en una especia de drama como virajes a la comedia rosa, el thriller, el melodrama y como si fuera poco todo en clave de absurdo pero con mensaje moralista y redentorio.
Si Boca de fresa no naufraga al zarpar es gracias a un elenco que hace lo que puede para salir airoso de un coctel de variados elementos sin ningún sabor. De más está hablar del histrionismo de Rodrigo de la Serna (Crónica de una fuga, 2006) y Erica Rivas (Por tu culpa, 2010), dos actores que ya demostraron - y esta es otra ocasión- de cómo se puede salvar una película gracias a su sola presencia. Resulta difícil imaginar que hubiera sucedido si el film no contará con ambas presencias. Ambos personajes deben luchar de manera constante en un mar de incoherencias y aún así logran salir airosos, convenciendo al espectador de sus actos indescifrables. Junto a ellos María Fiorentino y Roberto Carnaghi acompañan sin desentonar y hacen que la hora y media al menos se vuelva apacible y pasatista. Al resto del elenco mejor olvidarlo que recordarlo, al menos en este trabajo.
En la búsqueda que el cine propone, hay quienes encuentran su rumbo y quiénes no. El caso de Boca de fresa es contradictorio, ya que desde lo actoral fue encontrado por el cuarteto protagónico pero perdido de manera contundente por un director que necesita una brújula para llegar a destino sin desbarrancarse en el árido camino de filmar una película.