Una pareja bastante particular; él es productor musical, ella peluquera. Un sueño, una historia de amor y algunos enredos en un film que mezcla drama, comedia, algo de aventura y romanticismo.
De la Serna y Rivas forman en Boca de Fresa una pareja bastante kitsch que roza con lo grotesco, y cuyos objetivos de vida van por caminos diferentes. Rodrigo encarna a Oscar, un joven ambicioso que quiere hacerse millonario de la noche a la mañana. Frío, inescrupuloso y calculador, manipula a su novia Natalia (Rivas) para conseguir de ella lo que quiere. La chica, por su lado, es romántica, sensible y bastante torpe. Está ciegamente enamorada de Oscar, con quien sueña compartir su vida. Ambos actores componen a sus personajes con mucha naturalidad; fácilmente queribles, reflejan dos formas de ser bien diferentes entre sí pero que sin embargo se necesitan mutuamente. Elemento importante es el vestuario, que además de ser llamativo pone a Oscar y Natalia un sello muy particular, acentuando sus características de personalidad. El desfile de colores vivos de los vestidos, zapatos y carteras que viste la protagonista son una exteriorización de su propio ser. El novio, por su lado, lleva casi todo el tiempo blanco, desde la cabeza hasta los pies aunque esté en medio de las sierras. El estilo que viste es sinónimo de nuevo rico (o de quien aspira a serlo en este caso); al final se adecúa más al ambiente en donde se desarrolla la historia.
Pero el excelente trabajo actoral –en el que Rivas se destaca y Carnaghi está desaprovechado- se ve opacado por un guión pobre, sin una historia sólida que lo sustente. Al principio el tono es de comedia, pero a medida que avanza el relato se mezclan otros géneros, sin destacarse ninguno. La historia toma un rumbo cuyo interés decrece, e incluso hay líneas de texto muy mal logradas.
Lo que al principio parecía que divertiría se transforma en aburrido y poco interesante. Una pena.