Una sátira con poca eficacia, y moraleja
Rodrigo de la Serna interpreta a un productor musical chanta.
Uno puede hacer una mera descripción de Boca de fresa , de Jorge Zima. Decir que se trata de una sátira sobre el mundillo de las pequeñas discográficas. De un grotesco, con actores talentosos y de fama: Rodrigo de la Serna, Erica Rivas (su esposa en la vida real), más Roberto Carnaghi y María Fiorentino. O que apuesta a códigos televisivos y a interpretaciones paródicas... Nada de esto sería, necesariamente, un demérito. El problema, sí, es que la película no provoca humor en su primera parte -cuando lo busca claramente-, ni empatía en su último tramo: el que opta por las lecciones de vida, con diálogos ampulosos que parecen extractados de aforismos.
De la Serna -el pelo tirante con colita, anteojos de marco gigante y blanco, saquito y zapatos al tono, camisa a rayas- es Oscar: un chanta exaltado, un farsante que, en las primeras secuencias, intenta estafar -en pequeña escala- a melómanos asiáticos. Mientras tanto, su tío (Carnaghi) les saca fotografías a músicos de tercera línea. En este panorama decadente aún falta Natalia (Rivas), una chica, que parece extremadamente ingenua (tonta), pero que se revelará también como sensible. En su mundo cursi y kitsch (estilos que el filme exhibe con orgullo) hay un sueño que está por cumplirse: viajar con Oscar a Miami.
Pero, poco antes, él descubre que un viejo y olvidado artista (llamado Freddy Iturralde), que estuvo vinculado con la productora, “pegó” un hit tardío, en versión de un grupo noruego. El viaje a Miami, entonces, cambiará por uno a Córdoba, en donde Oscar buscará obsesivamente al músico que podría salvarlo y Natalia se quejará -cual niña boba- por el cambio de planes. Los actores aparecen encorsetados por roles estereotipados, sujetos a diálogos muchas veces mediocres e intentos de comicidad física que no siempre dan resultado.
En Córdoba aparece un personaje central, encarnado por el músico Juan Vattuone (con su gran rostro que parece de boxeador, tallado a los golpes, y su voz cavernosa). Un hombre rudo, hosco, primitivo, que no es “grasa”, como los recién llegados, sino orgullosamente humilde. El les comunica que Freddy, ex amigo suyo, murió en un accidente, años antes. Y le hace escuchar a Natalia un simple: de un lado, el tema “A papá mono”, el que se convirtió en hit; del otro, del lado B, una canción más linda, con mejor contenido. “Las canciones no sirven para nada. Son todas mentiras, giladas para los giles que las compran”, le hace decir Zima, que también es músico, a Vattuone.
Y también: “Es horrible no poder sacar lo que uno siente por dentro”, en referencia al costado comercial, salvaje, del mercado discográfico.
Desde ahí habrá cierto misterio, que se revelerá; confusiones; y una gradual transformación de los personajes principales, siempre en dirección a la clara moraleja. Un cameo de Lito Vitale; el tema Boca de fresa , cantado por la Mona Jiménez; la simpatía y el oficio de los actores; y la prolijidad técnica son los elementos que intentarán realzar a un filme que tiene un aire antiguo, más afín al tema “A papá mono”, que Freddy quiso olvidar, que a la canción que hizo por amor al arte y que, por culpa de los mercaderes, se desbarrancó hacia el olvido.