Este nuevo trabajo del director Simón Franco, es un drama que se va construyendo a partir de sus personajes y que intenta reflejar la realidad de un trabajo y una comunidad donde la soledad, el dinero y los vicios conforman la existencia de sus pobladores.
Pablo Cedrón interpreta a un “boca de pozo” (apodo que reciben quienes se ocupan de perforar el suelo en los pozos petroleros) que comparte, junto a otro compañero, una experiencia de trabajar en un yacimiento a las afueras de la ciudad patagónica de Comodoro Rivadavia.
A partir de locaciones reales y un naturalismo en la puesta en escena Franco logra conformar un relato verosímil sobre la vida de estos trabajadores, pero la prolongación innecesaria de varias escenas y la falta de construcción de personajes secundarios desaprovechan una oportunidad para profundizar un poco más sobre esta profesión tan particular.
Seguimos la rutina de este trabajador, tanto en su ámbito de trabajo como en su tiempo en el pueblo, donde su adicción a la cocaína, deudas por apuestas y encuentros con una prostituta, se vuelven un círculo vicioso que lo mantiene atrapado.
Si bien el film destaca la realidad de un trabajo duro (por la exigencia física, lo monótono y las condiciones climáticas), pero muy bien remunerado, en una ciudad sin ofertas culturales ni recreativas más que fomentar el juego, los vicios y el consumismo de estos trabajadores ausentados de sus familias, sólo centra su mirada en ciertos trabajadores del sector. Trabajadores casi analfabetos, sin una formación académica ni contención familiar que ganan semejantes cantidades de dinero y caen rápidamente en los vicios.
Con largas panorámicas, visualmente repetitiva y una lenta progresión dramática, la película da un pantallazo por la rutinaria vida de estos trabajadores que no logran despertar un verdadero interés para el espectador.