En lo profundo
Boca de pozo es un relato hacia adentro, que pretende sumergirse –a veces lo logra, a veces no- en el complejo estado psicológico de su protagonista en un proceso de enajenación y auto alienación, que no tiene como detonante –paradójicamente- su rutina laboral como perforador de pozos en el sur sino su propia impotencia para moverse con libertad cuando esa rutina desaparece.
Pablo Cedrón es el actor más adecuado para ponerse en la piel de Lucho, hombre de pocas palabras, siempre con un gesto de disconformidad ante todo y que parece encontrar seguridad durante sus largas estadías, alejado de sus deudas financieras, una esposa embarazada, un hijo poco comunicativo y una madre a la que visita de vez en cuando pero no con la misma frecuencia que lo hace con su amante prostituta.
La salida obligada del pozo simbólicamente sumerge al protagonista en otro pozo del que parece aún no haber tocado fondo y ese derrotero, que también cuenta con lugares comunes en un pueblo común donde no queda mucho por hacer, se vuelve un círculo vicioso que lo mantiene atrapado. Para Lucho el dinero implica problemas y los afectos también, aunque ese vértigo y adrenalina de lo incierto no le alcanzan para motivarle siquiera la chance de un cambio o proyecto de huida.
Las falencias del guión que encuentra en el naturalismo su mejor aliado quizás obedezcan a la falta de construcción de personajes secundarios de más peso, aunque todas las fuerzas recaigan siempre en el mismo centro que no es otro que este atribulado y nada empático personaje, a quien la cámara de Simón Franco acompaña desde la distancia necesaria pero sin perderle el rastro a su procesión interna.
La idea de calar hondo tanto para extraer el tan codiciado petróleo como alcanzar en lo más profundo aquellas emociones que determinan las conductas o llevan a tomar las decisiones más extremas trazan el paralelismo entre Lucho, su trabajo y su entorno, dejando muy poco margen para escudriñar sobre otros aspectos de su existencia.