Hasta que la muerte nos separe.
Están aquellos que, en su noche de bodas, después del fatídico “Hasta que la muerte nos separe”, lo pasan bomba aferrándose a su pareja bajo sábanas de satén sensual y quienes, en cambio, se ven obligados a esconderse en las habitaciones de una lujosa villa para evitar ser asesinado por la familia de la persona a quien, antes, le había prometido el amor eterno. Esto es lo que le sucede a Grace (Samara Weaving) en Boda Sangrienta (Ready or not, 2019), segundo trabajo de los estadounidenses Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett (V/ H/ S).
La angustiada heroína de la función para convertirse en parte del imperio (o como se dice en película “reino”) de Le Domas, tendrá que someterse a un extravagante rito de iniciación que tiene que ver con lo que le permitió a su familia adquirida acumular riquezas: los juegos de mesa. Así, a la medianoche, y como si fuera una macabra Cenicienta, Grace tendrá que renunciar al codiciado “maratón sexual” con su Alex (Mark O’Brien) para participar en un juego, que ella misma extraerá de una caja mágica. ¿Qué será, será? El destino elegirá para ella el inocuo escondite (en inglés Hide & Seek) que en el hogar de esta familia Addams del nuevo milenio se convertirá en una auténtica prueba de supervivencia.
A partir del inicio de la cuenta regresiva (acompañada de una acongojante canción de cuna que resuena desde el gramófono de la antigua residencia), comienza la búsqueda de la novia: hay tiempo hasta el amanecer para capturar a la mujer y sacrificarla por el bien del familia.
El film, combina una notable serie de géneros cinematográficos, desde el thriller hasta la comedia de terror, desde lo grotesco hasta lo salpicado, con un resultado final muy entretenido aunque para nada perfecto. Divierte pero no enamora. El aspecto de suspense está vinculado a una trama con descuento que depende de un par de saltos en lugar de llamadas telefónicas. La trama va reciclando trabajos anteriores de terror disfrutable por lo que es muy aconsejable verla en grupo. Se echa en falta un poco más de mala idea, porque es de esas propuestas en la que estás deseando que el guión de giros y más giros y que la protagonista lo pase mal de verdad. Pero esto no es una pellícula de tortura y sufrimiento sino que se trata de pasar un buen rato sin florituras ni reflexiones.
Lo major de la función sin duda es la protagonista, cuyo personaje, dramático e irónico, es, con mucho, el más convincente, capaz de cambiar de una novia feliz a una asesina despiadada, con un vestido de novia (para la filmación fueron confeccionados diecisiete por el diseñador de vestuario Avery Plewes) que constantemente sigue la evolución sangrienta del personaje, acompañada en su sangriento periplo por una muy interesante y ecléctica banda sonora, que abarca desde Love me tender hasta piezas de Beethoven y Tchaikovsky.