"Boda sangrienta": el terror, el humor y la farsa
En un vaivén entre el gore y el humor físico, la película gira sobre una familia muy disfuncional que combina el rito del matrimonio con otros bastante más siniestros.
Dirigida por los novatos Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillette, Boda sangrienta llega precedida por una fama modesta. Se trata del título de Fox Searchlight –la empresa que utilizan los estudios Fox para producir “cine independiente”-, que ha recibido el lanzamiento más amplio a nivel global. Esa estrategia la convirtió en un producto lucrativo que lleva recaudados casi 60 millones de dólares con una inversión de apenas 6. La fórmula ganadora tiene su primer acierto en un elenco de gran eficacia dramática, pero que no incluye estrellas de renombre. Con excepción de Andie MacDowell, uno de los rostros más inolvidables del cine de los años ’90, quien más o menos desde entonces no ha vuelto a participar de una producción de alto perfil.
Otra de las razones para que Boda sangrienta se convirtiera en un buen negocio es haber apostado por una historia que combina terror y comedia física, yendo del gore al slapstick de forma fluida. Que no siempre significa con éxito. El escenario elegido es la boda entre Alex, hijo menor de una familia rica, los Le Domas, que hicieron su fortuna a través de los juegos de azar, y Grace, una encantadora chica de barrio que ve a su excéntrica familia política con recelo. El clan incluye una tía siniestra, una hermana menor cocainómana casada con un empresario inepto y dos hijos despreciables, un padre tan extrovertido como ordinario y una madre fina que en principio parece ser la única que muestra cierta empatía por Grace. Además de Daniel, el hermano mayor, quien mantiene un vínculo protector con Alex. Todos los demás consideran a Grace una advenediza que solo quiere el dinero de la familia.
Los Le Domas llevan al extremo el modelo de la familia disfuncional y desquiciada, como unos Locos Addams convertidos en miembros de una secta ritualista. Una suerte de familia Manson en cuyo seno convergen la torpeza y la culpa. Resulta que cada nuevo integrante de esta familia debe atravesar un rito de iniciación, que consiste en jugar el juego que elige una misteriosa caja mecánica. La mayoría de las opciones representan una mera formalidad, excepto si el juego que resulta elegido es el de las escondidas. En tal caso la familia debe cazar a la novia y sacrificarla antes del amanecer, ya que de no lograrlo todos ellos morirán trágicamente y de inmediato.
El truco de superponer un rito tradicional como el matrimonio con un violento ritual diabólico da cuenta del tipo de humor que Boda sangrienta busca desarrollar. En ocasiones la película obtiene buenos dividendos de la irreverencia. Otras veces (las más), el asunto se torna más bien ramplón. Por ese camino el auténtico terror dura muy poco y enseguida se convierte en una pátina más parecida a una farsa, cuyos ingredientes nunca terminan de estar tan bien combinados como podrían. Sin embargo, al contrario de lo que ocurre en general con las películas de este tipo, acá lo mejor llega al final, con una escena que resbala hacia el absurdo como sobre un charco de sangre, ofreciendo los mejores impactos y ganándose las mejores risas.