Lo que hace al film algo excepcional no es su premisa sino cómo decide olvidarse de cualquier tipo de corrección política en pos de la fuerza del relato.
Encontrar hoy algo parecido a una verdadera película en el cine es complicadísimo. Así que cuando aparece una, hay que empujar con toda la fuerza posible.
Este es el caso: verá que en la ficha dice “terror” porque hay asesinatos y sangre y oscuridad y suspenso y sustos múltiples. Pero en realidad es una comedia desaforada “disfrazada” de cine de terror, que tiene como tema las relaciones familiares. Hay una boda y la novia debe pasar por un ritual: ni más ni menos que su rica nueva familia política trate de cazarla con toda clase de armas.
Pero lo que hace al film algo excepcional no es su premisa (que obviamente incluye vueltas de tuerca y sorpresas) sino cómo decide olvidarse de cualquier tipo de corrección política en pos de la fuerza del relato. Lo logra con creces, con actores que se divierten mucho con estas caricaturas (de hecho, es una película más cercana a Esperando la carroza -y también a Duro de Matar- que a El exorcista, ya que hablamos de géneros) y cooperan en generar el clima de extrañeza desaforada que la historia requiere.
Es decir, no hay cabos sueltos: cada elección de puesta en escena suma sentido y efecto a lo que se narra. Ejemplo sustancial de cómo exprimir la inteligencia y el deseo de filmar son más importantes que el presupuesto para lograr una buena película.