Vamos a destrozarte
Hay un nuevo furor por las biopics de cantantes. Acá y allá. A la par del género musical, que como el Ave Fénix siempre renace de sus cenizas y se mantiene vigente.
Bohemian Rhapsody es uno de los proyectos cinematográficos más anunciados de los últimos años. Hace tiempo que veníamos oyendo de él, casi desde el mismo momento en que la banda realizó nuevos conciertos con otro cantante.
Como era de esperarse, este evento tuvo más de una dificultad y en el medio fueron cambiando el actor protagónico (en un principio sonaba fuerte, casi definitivo, Sacha Baron Cohen), y un nuevo director ingresó con la película ya iniciada en su realización. Lo que nunca cambió fue la visión: se sabía que los músicos de Queen le daban el espaldarazo de apoyo completo.
Retrasos, dudas, y expectativas en aumento, Bohemian Rhapsody se anunciaba enorme; y en cierta forma lo es. Una suite (casi) tan potente como la que le da título, aunque no tan perfecta.
Bohemian Rhapsody nos dice que es la historia de Freddie Mercury, aunque en realidad, es la historia de Queen ¿Es lo mismo?
Alguien a quien amar
La película comienza momentos antes de que Freddie (Rami Malek) conozca a quienes en un futuro serán los integrantes de la banda que liderará. En realidad arranca con una escena del mítico concierto de Live Aid, para inmediatamente llevarnos hacia los inicios.
Nada de la infancia ni primera adolescencia. Él trabaja como maletero en el aeroparque pero siente que está para más, su destino es la música.
Cuando junto a una amiga concurre a un bar y escucha a una banda amateur, inmediatamente queda prendido a ellos. Es justo el día en que la banda despide a su cantante. También será el día en que conozca a Mary Austin (Lucy Boynton).
Reniega de sus orígenes que lo asocian como inmigrante proveniente de Zanzíbar, un Paki, por eso se cambiará su nombre al que todos le conocemos: Freddie Mercury, dando un portazo a su familia que no comprendía sus deseos.
Inmediatamente Freddie y su personalidad arrolladora pasan a liderar la banda, les cambia el nombre a Queen y comienza un ascenso meteórico, o por lo menos así se ve en la película. Todo salpicado, rápido, como viñetas.
Lo primero que notamos en Bohemian Rhapsody es que funciona como hechos con mucha potencia, momentos destacados a los que les falta cierta cohesión o ilación general. Algo que con el transcurso de las dos horas y cuarto se irá aplacando.
Saltamos de un momento a otro, siempre con potencia, con la mano firme desde la estética de un realizador muy competente como Bryan Singer, siempre dispuesto a plasmar la visión glam y rockstar de la figura.
Otra cosa que observamos es la figuración de Freddie como un ser que permanentemente buscó refugio y contención. Detrás de esa presencia arrolladora se esconde alguien que busca el eje sobre el que apoyarse. El amor, de la forma más universal entendible.
No me detengas
Por supuesto, hay un costado de la personalidad de Mercury que ninguna película sobre él podría obviar. Siempre se trató de uno de los íconos LGBTIQ más potentes, aún antes de su salida del closet a causa del HIV que lo llevó a su temprana muerte.
En Bohemian Rhapsody “lo gay” está siempre presente. Desde que lo maquillan para ir al recital en que conocerá a la banda, hasta su devenir con toda la gente que lo rodea. Siempre.
El asunto no es el cuánto, sino el cómo. Acá es donde volvemos al principio: se cuenta la visión de la banda, de Brian May, John Deacon y Roger Taylor; mejor dicho, la conservadora visión de la banda.
Bohemian Rhapsody es mucho más eficaz para plasmar una banda sonora (aunque faltan algunos temas) que suena increíble, y para recrear a cada uno de los personajes. No solo Freddi: May, Deacon y Taylor también tendrán sus miméticas réplicas (Gwilyn Lee, Ben Hardy, y Joseph Mazzello, respectivamente).
Cuando habla de Queen la cosa crece, aflora. Las escenas de los shows son impresionantes y -repetimos- la estética glam y sobre todo rockera (al estilo Queen) está ahí bien marcada y lograda.
Cuando habla del Freddie humano, Bohemian Rhapsody se repliega, se aleja, vuelve al salpicado, busca emocionar (y en buena parte lo logra), aunque traicione los intereses de la figura a la que homenajea.
Freddie siempre quiere pertenecer: a la banda, al matrimonio de Mary, a la comunidad LGBTIQ, a la vida heteronormativa.
Ese deseo oculto de su homosexualidad a través de un metalenguaje no muy profundo es visto como el responsable de toda la debacle. Al punto de hacer de la escena de “su liberación” la más dolorosa del film: no querremos que eso suceda. Por si no quedaba claro, Mary lo expresa en palabras:
“Te espera una vida muy dura”.
A través de la figura de Paul Prenter (Allen Leech), manager de Freddie, Bohemian Rhapsodyconstruye una figura casi de villano telenovelesco. Prenter es gay, católico arrepentido, posa la mirada sobre Freddie y así lo aleja de Mary, de Queen (que permanentemente nos remarcan es su familia), y de todo lo que le hacía bien. Lo introduce en la comunidad LGBTIQ vista del modo más cliché del imaginario, con orgías sexuales incluídas; lo hace adicto a las drogas, lo traiciona y le miente para lograr sus viles fines. Y sí, termina contagiándolo con HIV.
Prenter es la sombra de “lo gay” en la película. Más allá de que la realidad sea tal cual, el film se encarga de hacernos saber que de haberse mantenido alejado de “lo gay”, otro hubiese sido el destino de Mercury. En determinado momento se redime a través de una figura heteronormativa.
Rami Malek convence con su interpretación, y más allá de una prótesis bucal algo exagerada logra capturar bastante bien la esencia de la figura que encarna. Entre los secundarios se destaca Lucy Boynton.
Con luces brillantes y también muchas sombras, Bohemian Rhapsody, de Bryan Singer, le hace justicia a la figura que fue Queen. Los fanáticos van a saltar (aunque quizás en ese paso apresurado falte algo que nos haga ver que fue una banda eterna). Sobre lo que reza el título local, el Freddie persona, ahí se cargan todas nuestras dudas.