Es sabido que un filme en el género biográfico es imposible que sea abarcativo en su totalidad del personaje que intenta contener en lo que dura su proyección. Mucho más tratándose de un sujeto tan contradictorio, icnográfico, admirado, y amado como lo fue Freddie Mercury, el cantante transformado en líder de la mítica banda Queen.
La primera secuencia de esta producción nos mete de lleno en lo que será lo mejor que posee la cinta, sus presentaciones en vivo, realizada con un nivel de excelencia en todos los sentidos, desde la construcción y el desarrollo de la misma, sus idea del montaje, el uso del color y el manejo de la cámara, del mismo modo juega la actuación de Rami Malek, poniendo el cuerpo y el rostro a su personaje.
Este inicio nos instala en lo que será una gran analepsis, predispone a ver algo diferente, no parece ser una más, sin embargo pareció muy difícil, lo era, el sostener las cualidades y la calidad de ese comienzo.
Desde lo narrativo hace un salto temporal a los comienzos de Freddie, cuando todavía era Farrokh Bulsara, un joven de origen Hindú, Parsi específicamente Todavía trabajando de empleado en una empresa., miembro de una familia tradicionalista, una madre condescendiente con el hijo, sumida de su marido, un padre que tardará en aceptar que su hijo es alguien muy distinto de aquel que él se había proyectado. Seguidor de un grupo de rock, “Smile”, hasta que se presenta la oportunidad de su vida, cuando el cantante de este grupo decide abandonar la banda él da pruebas de su talento.
El clímax emocional durante todo el filme va a estar dado por la música, nunca hay algo de ese orden en la recreación de la propia historia, ni en el drama ni en algún momento de genuina felicidad. No es que los responsables hayan querido dejar de lado las zonas oscuras del representado, están en vilo de manera constante, sus relaciones amorosas, su sexualidad casi sin ser mostrada, su decadencia con las drogas y finalmente su enfermedad, anunciada.
Nunca se va a ver el deterioro, como si lo que se quisiera preservar es la imagen tan fascinante, extravagante, como inconformista del cantante.
Fuera de lo estrictamente musical la producción tiene muy pocas virtudes, será por lo enunciado anteriormente, será por terminar siendo demasiado superficial en la búsqueda del alma, del interior de un ídolo imposible de asir.
Lo cierto que son muy pocos los momentos en que el registro dramático se acerca a su par sonoro, mayormente estos están dados en la imagen de Bryan May, muy bien interpretado por Gwilym Lee, tanto desde lo corporal como lo que demuestra desde la mirada cada vez que es necesario un cambio de sensaciones y sentimientos encontrados. Quien refrenda en su caracterización al amigo y simultáneamente la admiración que le despierta la presencia del cantante, el uso del espacio del escenario y el manejo de los espectadores, ya transformados en fanáticos.
Sucede lo mismo cuando el texto fílmico se detiene en los momentos de creatividad del grupo, las motivaciones de cada uno, el llevar al extremo las virtudes de cada integrante de la banda. El inconveniente es que estos lapsos, son muy pocos a lo largo de los 134 minutos que dura el filme.
El cine parece que ha quedado en deuda con la figura, los fanáticos podrán no quedar totalmente satisfechos con el recorte que se hizo de su vida, todos se subyugaran por las escenas musicales.
Para ello también hay muy buenos videos.