Bohemian Rhapsody es un tributo a la famosa banda de rock Queen, su música y a su cantante insigne Freddie Mercury. El film muestra lo que la mayoría de la gente quiere ver: como un humilde maletero de aeropuerto nacido en Zanzíbar de origen indio, se convierte de manera fulgurante en estrella mundial de rock. Al igual que Billy Elliot (Stephen Daldry – 2000), Rocky (John G. Avildsen – 1976) y Good Will Hunting (Gus Van Sant – 1997) el público sabe que se transformarán en grandes bailarines, atletas o matemáticos. Lo interesante es cómo llegan, su proceso, y allí entra en juego la mirada del director que puede ser acertada o no.
Sus comienzos, el encuentro fortuito con Brian May y Roger Taylor, su entorno familiar, el vínculo con los representantes de la banda, su primera grabación, la exitosa gira por los Estados Unidos son reflejados por Bryan Singer de manera lineal, cronológica, clásica y rutinaria, sin ningún atisbo de innovación. Sigue paso a paso las etapas de las películas de formación musical: acercamiento a la música, veloz transformación de los protagonistas en excelentes músicos y compositores, epílogo con concierto final consagratorio.
El guión bastante pueril, presenta al típico padre castrador que se reconcilia al final con el hijo junto a la madre que todo lo consiente. Por otro lado, la homosexualidad de Mercury se muestra de manera naïve, como si los productores apuntasen a una baja categorización del ente calificador, para así alcanzar la mayor cantidad de público posible. Los roces entre los integrantes del conjunto se minimizan en pos de una armonía, mucho más placentera de ver. Para aquel que no conoce los entretelones del grupo, el film resultará una interesante wikipedia con las distintas etapas por las que atravesaron.
Entonces, ¿qué tiene de atractivo para fascinar a una audiencia numerosa y estar varios meses en cartel? En primer lugar la música: poderosa, contagiante, estimuladora, palpita dentro de cada espectador. Imposible permanecer indiferente. Cada compás, la percusión apoyada con movimientos de pies y manos, los primeros acordes de una melodía inmediatamente reconocida, producen una sensación de placer difícil de describir, penetra por todos los poros, cambia el estado de ánimo llevándolo a una felicidad plena.
Por otra parte la perfomance de Rami Malek, al principio algo afectada, va creciendo a medida que avanza el film en un gran despliegue actoral y físico. Por último, el típico concierto final, en este caso el Live Aid en Wembley organizado para combatir el hambre en Etiopía, considerado por muchos como la mejor actuación de todos los tiempos de una banda de rock en vivo.
El director de la saga X-Men se encuentra cómodo con el manejo de cámaras cuando enfrenta a multitudes o debe utilizar efectos especiales. Sigue los desplazamientos de los músicos por el escenario con buen uso del decoupage, intercala imágenes de los espectadores y de los íntimos que acompañaron a Mercury, descartando por suerte los planos de aprobación. Pone ritmo y agilidad a las acciones en concordancia con la excelencia de los temas que van desfilando. Es el clímax al cual apuntó toda la película y lo logra con creces.