Como un fino bordado al cual se le dan cuidadosas puntadas se despliega la sutil historia que vincula a un patrón con su mucama. La primera ficción de la directora india Rohena Gera está inspirada en sus experiencias infantiles. En aquel entonces, el cariño que le profesaba a su niñera contrastaba con las normas que regían las diferencias de clase, algo que no ha cambiado en el país asiático. Ashwin, es un soltero adinerado de la ciudad de Mumbai que tiene a su servicio a la empleada doméstica Ratna. Parece tenerlo todo al alcance de sus manos: una holgada situación económica, un cargo importante en la empresa constructora de su padre. Sin embargo, viene de una frustración amorosa que anuló su inminente boda, además, debe respetar el mandato familiar que lo obligó a abandonar su verdadera vocación. Con sus sueños truncados, su vida parece no encontrar un rumbo. En cambio, Ratna, una joven de condición humilde que quedó viuda a los 19 años luego de tan solo dos meses de matrimonio, mantiene intactas sus esperanzas para prosperar en la vida. Dos caminos que se cruzan en el cual surge un amor imposible debido a las rígidas reglas y tradiciones en las distintas clases sociales que persisten aún en la India. Ratna es la única que comprende la melancolía que aqueja a su señor, y si bien despierta ciertos sentimientos hacia él, tiene claro que conviven en un mundo incompatible para los afectos. La resistencia política y cultural a un romance marcado por la segregación solo aportará humillaciones y desprecios. La directora estructura la trama a base de pequeñas secuencias de escasos diálogos pero de frases precisas donde predominan los silencios, las miradas y una sensualidad latente. Por otra parte, Gera aporta su mirada crítica al trato servil y despectivo que gran parte de la sociedad india mantiene con el personal doméstico. El colorido de los abigarrados mercados de telas y comestibles, las procesiones con danzas y festejos hacia el mar, contrastan con los fríos rascacielos vidriados de la ciudad portuaria. Las disparidades tanto edilicias como sociales marcan una brecha difícil de modificar. En una secuencia los protagonistas observan la ciudad desde lo alto de una terraza, parecen tenerla a sus pies y dominarla. Una utopía para una sociedad anclada en raíces ancestrales, es el abismo que los separa. El delicado engranaje del relato junto a las sobrias actuaciones permite disfrutar de un drama romántico segregacionista alejado del pintoresquismo y la telenovela. Valoración: 70 Guardar
Amenaza en lo profundo no pierde el tiempo en presentar los conflictos individuales de los protagonistas, tan usual en las películas de cine catástrofe. William Eubank, apoyado en una muy buena cinematografía de Bojan Bazelli, va directo al meollo, es decir el peligro y la consecuente acción al desatarse un terremoto en las profundidades del océano que afecta a una instalación submarina a más de 10.000 metros de profundidad. Los créditos iniciales dan la escueta información necesaria, para que ni bien se inicie la trama, surjan las explosiones, los desbordes de agua, las corridas, el caos propio de un desastre eminente. De a poco se reagrupan los escasos sobrevivientes, entre ellos el comandante de la base quien decide el rumbo a seguir, un camino lleno de peligros hasta una lejana plataforma petrolífera abandonada, a lo largo del cual varios quedarán sin alcanzar el objetivo. El género de aventuras dará paso al horror al despertar de su letargo, entre el sismo y las excavaciones inapropiadas, a una serie de criaturas mezcla de “aliens” y del pulpo gigante de 20000 leguas de viaje submarino (Richard Fleischer – 1954). Kristen Stewart, protagonista indiscutible, oscila en su vestuario entre una ropa interior para las actividades en ámbitos cerrados, más propia de un gimnasio playero, y un traje pesado similar al de los astronautas con escafandra para los desplazamientos en el exterior. En un film que rememora los de clase B, no desentona que en una escena uno de los monstruos se devore a la técnica, se indigeste con tanto acero y plástico y luego la expela por uno de sus orificios. El rechazo tiene dos propósitos: la salvación de Stewart y la continuidad del film. Los primeros planos, en especial de los rostros detrás de las escafandras, acentúan el ámbito claustrofóbico en muchas de las situaciones. En tanto que los colores azules oscuros y difusos resaltan lo siniestro que precede a la aparición de los depredadores. Entre los personajes, están los héroes que no dudan en sacrificar sus vidas para resguardar la de otros y los solidarios que no abandonan al compañero herido. No existen caracteres perversos, el mal está afuera en el fondo del océano, como advertencia y venganza del aprovechamiento indebido de la naturaleza. Un llamado de atención por la falta de respeto hacia la ecología, un dardo indirecto hacia el gobierno norteamericano, un futuro sombrío por el uso indiscriminado de los recursos naturales. Son algunos de los interrogantes de un film pleno de tensión y suspenso que se apoya además en un buen diseño de producción y una efectiva banda sonora.Valoración: 65
Inés, su marido Justo y Gerardo, el mejor amigo de la pareja, conforman un violento grupo ultranacionalista de extrema derecha llamado Patria y Libertad, que quiere derrocar al gobierno chileno de Salvador Allende a principios de los años setenta. Al mismo tiempo, el trío se encuentra enredado en un peligroso y apasionado triángulo amoroso que será objeto de traiciones y venganzas. Un crimen político dejará profundas huellas en sus vínculos. El regreso de Gerardo a Santiago tras cuarenta años de ausencia resucitará un pasado al cual el matrimonio no está dispuesto a regresar. Tal es el planteo del chileno Andrés Wood que nuevamente se introduce en un tiempo histórico que indagó en Machuca (2004). El film, que pivotea de manera constante entre el pasado y el presente, desdobló con acierto las actuaciones, recambio que no sucedió con El irlandés (Martin Scorsese-2019) y que le quitó cierto verismo a las acciones. Inés está representada por la argentina Mercedes Morán en la adultez y la española María Valverde en la juventud, Gerardo por los chilenos Marcelo Alonso y Pedro Fontaine, en tanto que Justo estuvo a cargo de Felipe Armas y Gabriel Urzúa. El ayer visita a los protagonistas, los incomoda, reabre cicatrices y recuerdos que quieren ser borrados. Inés es en la actualidad directora de una gran empresa y filántropa, junto con su marido, un exitoso jurista ahora recluido en su domicilio refugiado en el alcohol, pertenecen a la clase alta y de ninguna manera están interesados en remover su pasado. Sin embargo, el otrora intenso amor entre ella y Gerardo le despertará sensaciones y placeres que tenía olvidados. En un film en el que se entremezcla lo público con lo privado, Wood adopta una mirada imparcial sobre los hechos, sin adoctrinamientos, aunque sí refleja la influencia del movimiento en algunos jóvenes radicales de la actualidad en el país trasandino. Para Inés y Justo el espíritu joven y revolucionario de los años setenta quedó atrás, es algo lejano y distante. https://www.youtube.com/watch?v=B1D8JtlVL7g En cambio, Gerardo, no se resigna a abandonar la lucha, su ánimo sigue marcado por el racismo y los métodos fascistas que caracterizaban al movimiento. Pese al rechazo que producen sus acciones, es más honesto consigo mismo, en tanto que el matrimonio se adecuó a vivir en un mundo de hipocresía y falsedad. Los tiempos son otros, sin embargo la violencia es inherente a la personalidad de los miembros que la ejercen de distintos modos. La araña, símbolo del movimiento, representa el poder, aquello que no tiene límite, las manos que manejan al pueblo según su antojo en determinadas circunstancias. El director de Violeta se fue a los cielos exhuma un pasado oscuro de la historia chilena, con una narrativa que se sigue con interés y atención, apoyado en una gran puesta en escena que reconstruye con fidelidad la época en que gobernaba la Unidad Popular. Valoración:70
Desde que los Estados Unidos de América se convirtió en una nación independiente en 1776, han estado involucrados en numerosos conflictos bélicos. La paz solo se mantuvo por dos quinquenios, uno en el siglo XIX y otro en el siglo XX. La batalla de Midway, que debe su nombre a las cercanías del archipiélago donde se libró el combate aeronaval, fue un punto de inflexión en la Guerra del Pacífico que libraron americanos y japoneses en la Segunda Guerra Mundial. El atolón Midway, llamado así por estar a mitad de camino entre Asia y América, se encuentra situado al noroeste de Hawaii, su ubicación representaba un punto estratégico para la armada nipona. Una vez más, el cine de Hollywood recurre a aquella heroica contienda como lo hizo en el año 1976. En la actual versión se repiten algunos personajes de la realizada por Jack Smight. El almirante Nimitz de Henry Fonda queda en manos de Woody Harrelson, el contralmirante de Glenn Ford pasa a un segundo plano en la piel de Jake Weber, mientras que el personaje central del capitán Garth que representaba Charlton Heston, es reemplazado por el teniente Best a cargo de Ed Skrein. Midway: Ataque en altamar, destaca la heroicidad, exalta los valores patrióticos, prioriza la defensa del estado en relación a la familia, en un clima bélico donde reina la confraternidad y la disciplina. Por su temática y apelación a los sentimientos, se asemeja a aquellas películas bélicas que surgieron tras la caída de las Torres Gemelas o que acompañaron la invasión a Irak, un llamado a la población a enrolarse en las fuerzas armadas. El director Roland Emmerich, especialista en grandes producciones donde se conjugan lo bélico, la acción y la aventura (Día de la Independencia – 1996, El patriota – 2000, El día después de mañana – 2004), intercala con destreza las escenas en espacios cerrados en los navíos, oficinas de comando o en el ámbito familiar, con aquellas que transcurren en el terreno de combate con panorámicas de las flotas navales o las escuadrillas aéreas. En los ataques, tanto el de Pearl Harbor como el de Midway, logra espectaculares momentos de tensión que inquietan al espectador, a través de la combinación de primeros planos de los pilotos en las diminutas cápsulas de los cazas, la desesperación al defender de los que repelen el bombardeo sumada a la angustia en el desbande, y la frialdad de los comandantes imperiales tan propensos al sacrificio y la inmolación. Por otra parte, Emmerich evoca la participación del legendario director John Ford mientras filmaba La batalla de Midway (1942), un documental que ofrece el modo en que percibía Ford el valor de la batalla. La autenticidad que buscaba, se evidencia en la escena en que cae al suelo producto del bombardeo e incita al camarógrafo a seguir filmando, hecho que queda reflejado en el corto, al saltar el marco de la película de 16 mm dentro del mecanismo de la cámara a medida que se sucedían las explosiones. Un entretenimiento muy bien filmado que hacen llevaderas las casi dos horas y medias de duración, que solo podrá molestar a aquellos que reniegan de la exacerbación del triunfalismo yankee. Valoración: Buena.
Hace más de una década fallecía Luciano Pavarotti, una ausencia que se ha hecho sentir no solo en el mundo de la ópera sino también en el del espectáculo. El famoso cantante había trascendido el universo lírico ya que su expansión comercial había alcanzado a públicos no acostumbrados al bel canto, fruto de su fusión con cantantes del rock y del pop. Muerto Pavarotti, se diluyó el éxito económico que obtuvo al conformar un trío junto a Plácido Domingo y José Carreras para un show en las Termas de Caracalla en 1990, con motivo del mundial de fútbol de Italia. El suceso fue tal que debieron repetirlo en numerosas oportunidades en las ciudades más importantes del planeta. Ningún tenor de la actualidad ha alcanzado el carisma, ni contado con una maquinaria de publicidad como la del intérprete nacido en Módena. Ron Howard retorna al documental después de su exitoso The Beatles: Eight Days a Week – The Touring Years (2016). Mediante fotos, imágenes de archivo, reportajes televisivos y videos caseros, el director de Rush: pasión y gloria (2012) recorre la infancia, el vínculo con su padre (cantante con el mismo registro vocal de Luciano), el matrimonio con Adua Veroni, la relación con sus tres hijas, el romance con una secretaria y el posterior casamiento con Nicoletta Mantovani. La Bohème, única ópera que cantó en la Argentina, fue su caballito de batalla. Con la ópera de Puccini debutó en Reggio Emilia en 1961, dos años más tarde en el Covent Garden y también en La Scala de Milán en 1965. Howard reproduce varias versiones en distintos escenarios de una de las obras más bellas del verismo. Otro hito en su carrera fue “Nessun Dorma” de Turandot (Puccini), única aria que se escucha en su totalidad en la versión que ofreció en el ya mencionado concierto de Caracalla. Tampoco faltan algunos de los ocho dos agudos de La fille du régimen de Donizetti, ópera que cantó junto a Joan Sutherland, quien lo llevó a Australia en una famosa gira en 1963 impulsando su carrera. Pavarotti se muestra cariñoso con su familia, afable con el público y sonriente en las entrevistas. Siempre rodeado por una corte que lo acompañaba, ya sean periodistas, parientes o compañeros de trabajo, ya que nunca le gustaba estar solo. Su vínculo con Lady D lo acercó a las obras de caridad, mostrando otra faceta distintiva de su gran personalidad. Entre sus placeres, la gastronomía ocupaba un lugar destacado, especialmente las pastas que cocinaba él mismo. Entre los temores, el pánico escénico ante cada actuación y la postura de sus manos en los recitales. Pavarotti, es un hermoso homenaje a una voz inigualable, a un hombre que se brindó generosamente a su público, enalteció la música clásica y difundió como ningún otro el arte lírico. Valoración: Muy buena.
Existen en la Argentina dos millones de hipoacúsicos que no ven cine nacional porque no entienden lo que se dice debido a las distintas dificultades en su audición. El subtitulado, junto al aro acústico y el lenguaje de señas, es una las grandes herramientas que ayudan a subsanar las deficiencias del oído. Los productores, responsables del subtitulado en español, por lo general se muestran reticentes a realizarlo, pese a que en muchos casos deben efectuarlo en inglés cuando sus películas son presentadas en distintos festivales por el mundo. En este último caso no se entiende bien por qué el retaceo a un segundo subtitulado. Por otro lado, están aquellas películas argentinas que por su trama los personajes se trasladan al extranjero y en esas locaciones surge el subtitulado, ya que se habla en un idioma foráneo. Sin embargo, en estos casos, tampoco se subtitulan los pasajes en castellano, pese a que el costo sería inferior. Hubo algunas excepciones. Me casé con un boludo (Juan Taratuto – 2016) fue lanzada al circuito comercial por la Disney con algunas funciones subtituladas que las cadenas de cine programaban en las primeras horas del día (12 y 14). El beneficio duró tan solo un par de semanas. Dos años más tarde, ¡Viva el palíndromo! (Tomás Lipgot – 2018), lanzó su película con una función semanal subtitulada, mientras que El amor menos pensado (Juan Vera – 2018) y Yo soy así, tita de Buenos Aires (Teresa Constantini – 2017), brindaron funciones especiales. Este año, De acá a la China (Federico Marcello – 2019) y Método Livingston (Sofía Mora – 2019), también comenzaron a ofrecer funciones inclusivas muy puntuales. El otro recurso para una ínfima minoría es el subtitulado en inglés. El estudiante (Santiago Mitre – 2011) y Plan B (Marco Berger – 2009) se proyectaron en el Malba con esta facilidad. Del mismo modo, se pueden apreciar las películas argentinas en secciones de competencia en el BAFICI y en el Festival de Mar del Plata. Cabe destacar en esta campaña a Rosario García, que a través de su página web “Juntos por los subtítulos” ha golpeado puertas de organismos oficiales, ministerios y del Congreso de la Nación, para ser escuchada y transformar el reclamo de los hipoacúsicos en ley. El productor Benjamín Ávila, con su película La hermandad, convirtió en regla lo que antes era una excepción, ya que el film que representa será el primero en ser exhibido en todas sus funciones comerciales con subtítulos en español. Sin duda, un gran primer paso en el cine argentino. La ópera prima del director tucumano Martín Falci retrata el último campamento de varones (a partir del 2018 comenzó a admitir mujeres en su alumnado) que realizó el Gymnasium en el año 2017, un colegio universitario público de Tucumán fundado en 1948. El film se centra en los niños de quinto grado que tienen su primera experiencia fuera del hogar, donde la supervisión está en manos de tutores adolescentes en reemplazo de los padres. Los jóvenes campamentistas ayudados por los mayores, levantan sus carpas rodeados de una naturaleza tupida propia del monte selvático. Atrás quedaron los cánticos entusiastas en el micro que los transportaba, es tiempo de cumplir con obligaciones y responsabilidades. Comienza una nueva etapa de maduración. Falci, ex alumno de la institución, recoge con su cámara los rostros en primeros planos, mezcla de inocencia y sorpresa, de los recién llegados. En todas las imágenes brota la espontaneidad, nada surge de modo artificioso. Los pequeños tendrán una experiencia que los enfrentará ante lo nuevo y lo desconocido, en donde la realidad desplazará la recreación imaginaria. Los ritos, como el fogón y los juegos de cacería, se comparten con las tareas diarias: guardias, corte de leña y lavado de ollas. La fisicidad, el roce de los cuerpos se hace presente en las competencias de fuerza donde el desafío provoca el contacto mientras se revuelcan en el lodo o persiguen a un rival para tumbarlo, en las rondas al saltar juntos abrazados dando hurras, en las pinturas de los torsos y rostros que realizan entre ellos. El espíritu de camaradería y el rechazo a la violencia está siempre presente en los mensajes impartidos por los tutores, que incitan a la participación en las distintas actividades para fomentar la integración. Al retornar, duermen en el transporte abatidos por la intensa semana que los puso a prueba. La flamante enseñanza práctica los devolverá más autosuficientes y formados. Los mitos y fantasmas han quedado atrás, una nueva existencia los aguarda. Valoración: Muy buena.
Las primeras imágenes muestran un típico pueblo americano de casas bajas donde la vida parece transcurrir de forma apacible. Una serie de datos al comienzo precisan el año y el lugar: el estado de Pensilvania en 1968. Si algún espectador llegó tarde, el film continúa con las referencias al otoño de aquel año, a través de discursos del presidente Johnson por la televisión y los afiches callejeros de la campaña presidencial de la dupla formada por Richard Nixon y Spiro Agnew. Las alusiones a la década del sesenta son constantes: la guerra de Vietnam, La noche de los muertos vivos (George Romero -1968) film que proyectan en el auto cine y el musical Bye Bye Birdie, representado por una de las protagonistas en el colegio y que en la pantalla grande le dieron vida Dick Van Dyke y Ann-Margret en 1963. Desde los años cincuenta a esta parte los jóvenes han tomado el protagonismo del género de terror. El film del noruego André Øvredal no es la excepción. Tres adolescentes, dos chicos y una joven con claras reminiscencias a la serie Stranger Things, preparan sus disfraces en la víspera de Halloween, aunque reconocen que están un poco crecidos para recoger golosinas por la casas del vecindario. Una serie de hechos fortuitos los encuentra dentro del auto de Ramón, un veinteañero solitario inmigrante que pasa su tiempo en el autocine. Juntos deciden visitar una mansión abandonada que perteneció a una familia, de pasado siniestro, que tenía encerrada a Sarah, una pariente de presencia molesta que era mejor ocultar como en aquellas películas de Leopoldo Torre Nilsson. La casona tiene un aspecto parecido a la de los Bates en Psicosis (Alfred Hitchcock – 1960), inspirada en el cuadro House by the Railroad de Edward Hooper. En su interior se encuentra toda la maquinaria del género: profusión de telarañas, puertas secretas que ocultan estanterías, pasillos oscuros, habitaciones encubiertas, armarios donde es mejor no esconderse y escaleras de madera que conducen a espacios inciertos. Como es de prever los protagonistas con su curiosidad despiertan al mal que estaba dormido: un libro que comienza a contar historias mortales que los involucra. Se suceden los distintos monstruos asesinos, las desapariciones inquietan a la población, mientras que la policía no da crédito a las historias inverosímiles de Ramón y sus nuevos amigos. Una buena reconstrucción de la tensión junto a la recreación de atmósferas fantasmagóricas, son el perfecto marco para esta historia de marginados que deben luchar contra sus propios miedos. Sin necesidad de recurrir al gore ni a la banda sonora para sobresaltar al espectador, Historias de miedo para contar en la oscuridad mantiene a la audiencia siempre a la expectativa con herramientas nobles para cumplir su gran cometido: entretener. Valoración: Buena
La actriz Valeria Bruni Tedeschi, en su faceta como directora, últimamente se inspira en sus experiencias personales dentro de la alta burguesía a la que pertenece. Tanto en Un castillo en Italia (2013) como en Nuestros veranos, la realizadora retrata la decadencia de un grupo familiar de un nivel social alto en torno a una gran mansión. Una gran villa junto al mar en la Costa Azul francesa reúne a parientes y amigos para pasar las vacaciones como todos los años. Allí acude Anna (Valeria B. Tedeschi) para reunirse con su hija, aprovechar el marco relajado del mar para preparar el guión de su próxima película y de paso refugiarse de su reciente ruptura sentimental. Algunos personajes acarrean diferentes frustraciones, tanto los patrones como la corte de sirvientes que los atiende. Anna no puede aceptar el alejamiento de su marido que la ha reemplazado por una modelo de lencería, sufre, llora, está al borde de un ataque de nervios; su hermana (Valeria Golino) lamenta el hecho de haber abortado a pedido de su marido y no poder engendrar más hijos debido a su edad; Jean (Pierre Arditi), el cuñado de Anna, un empresario, evita la bancarrota gracias a su mujer; Bruno, un amigo de la familia, intenta suicidarse lanzándose al mar, pero sus dotes de nadador y su resistente corazón frustran el proyecto. Por el lado de la servidumbre, Serge, un estudiante inteligente que tuvo que abandonar los libros por problemas económicos y terminar como criado, reclama el pago de horas extras y feriados sin ser escuchado; Jean Pierre, el cocinero, quiere independizarse y poner su local en París; François, el hijo fronterizo de Serge, tiene pretensiones de mayordomo pero su nula inteligencia y su débil personalidad lo impiden. Otros, en cambio, aprovechan el verano para dedicarse al amor, como la simpática Jacqueline (Yolande Moreau), recordada protagonista de Séraphine (Martin Provost – 2008), que acepta con gusto los avances de un policía, o los amoríos entre el cocinero y la coguionista colaboradora de Anna, provenientes ambos de distintos estratos sociales. Nuestros veranos presenta altos y bajos. Entre los puntos fuertes están las actuaciones de Yolande Moreau y Valeria Golino en los roles principales, a las que se les suma la de Riccardo Scarmacio como el marido de Anna. También en papeles muy menores se destacan Vincent Perez y Xavier Beauvois. La escena nocturna que encuentra desnudos a Jacqueline y el policía a bordo de un velero es también muy disfrutable. En cambio la extensa duración, cierta languidez, o el tono de comedia, acentuado por una música que recuerda a la de Nino Rota, con trasfondo dramático que no se define ni para un lado ni para el otro, desequilibran la balanza. Así, entre fantasmas que aparecen, almuerzos en la galería, baños en la piscina y veladas musicales transcurre una película insustancial. Valoración: regular.
Nunca fui un acérrimo seguidor de la filmografía de Agnès Varda, ni siquiera en su última etapa cuando fue nominada al Oscar por Visages Villages (2017). Varda por Agnès, su última realización, una charla coloquial sobre su vida artística, me permitió descubrir a una gran personalidad del arte. Su obra se extendió más allá del cine. Fotógrafa y diseñadora de instalaciones, las numerosas disciplinas que abarcó y con las que interactuó, enriquecieron su labor como cineasta. Sentada delante de un gran auditorio, Agnès repasa los hitos de su labor profesional, desde su obra más famosa Cleo de 5 a 7 hasta su amor por las playas (Las playas de Agnès – 2008). Se detiene en aquella joyita, una obra de cámara como La felicidad (1965), película que vi cuando se estrenó en una de las tantas salas de la avenida Corrientes cuyo nombre comenzaba con la letra ele. Le bonheur, su título original, es un film que por su temática y estilo se relaciona con La maison des Bories (Jacques Doniol-Valcroze – 1970). En ambos un tercero en discordia pone en riesgo la paz y felicidad de una familia. Sentido es el homenaje que realiza la directora a su marido Jacques Demy, fallecido con tan solo 59 años, autor de la inolvidable Los paraguas de Cherburgo (1964). Lo recuerda a través de otra gran obra, Jacquot de Nantes (1991), una evocación de la infancia de su esposo en los años treinta y su gusto por el cine y los musicales. Se ríe del fracaso comercial de Las 101 noches (1995), que contó con un elenco multiestelar, cautiva con las imágenes Jane B. par Agnès V. (1998) en la que revela toda la belleza exterior e interior de Jane Birkin. Varda por Agnès es también una clase magistral de cinematografía. Tres conceptos que son su legado para las futuras generaciones han guiado su trabajo. En primer lugar la inspiración como deseo de crear, es cuando surgen las ideas, las razones y los recuerdos. Luego la creación, en cuanto al cómo, los medios y la financiación. Por último, el compartir, ya que las películas no se hacen para verlas en soledad sino para mostrarlas. Diversos recursos cinematográficos utilizados por la directora belga como el travelling, la repetición y la fusión entre cine y fotografía, se muestran en distintas etapas de su carrera. Cabe destacar también el invalorable material de archivo utilizado y los reportajes con quienes compartieron su trabajo. Varda por Agnès es el retrato de una figura apasionada por el arte, que pone todo su amor en sus obras, una autora que debería ocupar el panteón de los directores, según aquella famosa categorización que realizó el crítico cinematográfico Andrew Sarris de los realizadores norteamericanos. Valoración: Muy buena.
La voluminosa novela El jilguero de Donna Tartt de gran éxito, ganadora del premio Pulitzer a la Ficción en el 2014, fue llevada a la pantalla por el prestigioso director John Crowley, autor de Brooklyn (2015), aquella nostálgica historia de amor que fue nominada a tres Oscar. El jilguero contó con un gran elenco para el numeroso reparto, entre los que se destacan Nicole Kidman, Sarah Paulson, Finn Wolfhaard (Strangers Things – It) y Ansel Elgort (Baby, el aprendiz del crimen – Divergente). A todo este equipo se sumó el guionista Peter Straughan (Al filo de la mentira – 2010) y la fotografía de Roger Deakins, cuyo currículum acredita un Oscar y 12 nominaciones de la misma estatuilla. Pese a la conjugación de artistas de renombre, todos destacados en su especialidad, la adaptación del exitoso libro no cubrió las expectativas. El uso constante del flash back y el flash forward, los saltos permanentes entre el pasado que transcurre cuando el protagonista tiene trece años y el presente catorce años después, no beneficiaron al film al no haberse detenido lo suficiente en sucesos claves. Boris, un personaje muy atractivo, debió ser más desarrollado, los romances del protagonista apenas fueron esbozados. Hay muchas historias que se entremezclan y el film solo presenta algunas estampas de un gran fresco. Lo que da origen a la novela es un atentado en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, en el cual el adolescente Theodore Decker (Oakes Fegley), llamado Theo, pierde a su madre. En medio de la confusión, un moribundo le entregará en custodia un óleo muy valioso de 1654 pintado por un artista holandés, Carel Fabritius (contemporáneo de Vermeer). Todos los prolegómenos y el ataque en sí que hubiesen creado suspenso, son obviados en el film, al igual que los entretelones de la amistad entre Theo y Tom Cable. De allí en más Theo pasa de los lujos de la familia Barbour en Park Avenue, padres de un compañero de clase que lo acogen, al apartado barrio en medio del desierto de Nevada cuando reaparece su padre alcohólico (Luke Wilson) con su nueva amante (Paulson). En el medio conocerá al anticuario Hobie (Jeffrey Wright), socio del agonizante en el museo, que le marcará su futuro profesional. En la aridez de Las Vegas trabará amistad con Boris, futuro compinche de correrías, secretos, vicios y peligros. Tendrá dos amores, uno duradero pero imposible con Pippa, una sobrina del anticuario, y el definitivo con Kitsey, hija de los Barbour. La valiosa tela que se encuentra en su poder desatará intrigas, chantajes, robos y asesinatos. Muchas temáticas (crecimiento, aventura, amistad, historia del arte) y situaciones (thriller, romance, desarraigo) que se presentan como parches. El jilguero, cuenta con un gran despliegue en la producción, pero falló en el traspaso del texto al film, le falta magia, una narración que atrape la atención del espectador. Los materiales estaban dispuestos, lamentablemente no fueron bien aprovechados. Habrá que leer el libro para apreciar todo aquello que el film no supo captar: un relato que envuelva al lector, la intensidad del thriller, un tratamiento más profundo de algunos personajes. Valoración: Buena.