Prendas manchadas
La opera prima de Pablo Stigliani es una propuesta irregular, a menudo avasallada por el tema que está contando. Por momentos visualmente interesante, con planos largos que dan al film un tono de cine documental -algo que también se puede adivinar en su intención por los testimonios en paralelo de Mónica (Olivia Torres)-, el guión es sin embargo donde flaquea una narración que rescata algunas secuencias actoralmente lúcidas, que tienen en el Marcos de Arturo Goetz su punto más alto.
Pero vamos al tema que atraviesa el relato: los talleres clandestinos y su explotación esclavista de la inmigración boliviana, cuestión que anduvo en boga hace menos de un mes por el desmantelamiento de talleres que actuaban bajo importantes firmas en la Ciudad de Buenos Aires. Parece oportunista que el estreno haya sido realizado en estas fechas, pero la vigencia del tema está demostrado en que la película fue filmada hace más de dos años, cuestionando una problemática que va mucho más allá de los primeros planos televisivos que se le da ocasionalmente: es un tema de larga data que se ha mantenido constante desde mediados de los noventa. Para aproximarse, la película narra desde la ficción lo que sucede en el taller clandestino de Marcos, un hombre gris y solitario que es el encargado de uno de estos espacios donde ejerce total autoridad. El arribo de una familia de inmigrantes bolivianos modifica el esquema del taller y sus vínculos, llevando a que se desate una crisis que tiene duras consecuencias.
La película inicialmente se centra en la figura de Marcos: su soledad, el vínculo con su madre convaleciente a la que va a visitar asiduamente a un sanatorio y, finalmente, la forma en que rige en el taller. La figura de patrón esclavista tiene un peso específico muy grande y aquí está uno de los mayores problemas de la película: se intenta construir un relato que no sea maniqueo con el personaje interpretado por Goetz, pero lo cierto es que es imposible no ver a los segmentos de su vida como soltero solitario o el vínculo con su madre como segmentos dramáticos que intenten “humanizar” al personaje. Si bien no es de la grosería con que se maneja la cuestión en películas como Vidas cruzadas, de Paul Haggis (recordemos el policía “malo” de Matt Dillon, siendo explicado al final como un tipo al que se debe comprender porque, después de todo, tiene un padre enfermo al que cuida y acarrea muchas frustraciones), es artificioso y descontextualizado en el marco de la narración de la película. No así es el relato de Luis (Juan Carlos Anduviri) y su desesperación por sobrevivir en el terreno hostil del taller, donde el porvenir que buscaba se le hace añicos y tiene que lidiar en el pico dramático del film con la enfermedad de su hija, a la cual no puede buscar una asistencia adecuada.
De todas las decisiones formales que toma Stigliani en su film, la mejor es sin lugar a dudas la de introducir planos largos y cerrados que recorran el taller de Marcos desde su perspectiva. Da un clima opresivo que se complementa perfectamente con la temática de Bolishopping y sus personajes, encerrados entre corredores y pasillos aislados del mundo. Sin embargo, uno extraña por momentos que la cámara repose más allá del taller -propiamente dicho-, para poder tomar dimensiones del espacio más allá de la perspectiva subjetiva de Marcos. Por supuesto, a esto se complementa la perspectiva de Luis, desde la cual vemos los humildes habitáculos donde vive con su familia. Más cuestionable es la decisión del travelling final, que tiene una cuota expresiva que se contradice con el tono realista y frío que recorre el resto de la película.
En todo caso, Bolishopping es un relato crudo que consigue no sólo hacernos tomar conciencia, sino contar una historia entretenida que, a pesar de sus grietas, se sostiene en grandes actuaciones.