Mucha tela para cortar
Es una historia atrapante que, con muy buenas actuaciones, muestra una espeluznante realidad.
Los talleres clandestinos que funcionan en Capital Federal y el Gran Buenos Aires eran, hasta hace poco, una realidad oculta. En los últimos tiempos, las denuncias de diversas ONGs le dieron cierta visibilidad al tema, que ganó espacio en los medios de comunicación. Bolishopping -filmada hace dos años pero recién estrenada ahora- viene a completar el cuadro de situación. No es un documental, pero está tan eficazmente realizada que lo parece: el resultado es una pintura de esos centros de trabajo esclavo -aunque, valga la aclaración, no todos los talleres clandestinos lo son- desde adentro.
“En la Argentina funcionan tres mil talleres clandestinos, que emplean a 40 mil personas”, informa la placa introductoria que le da marco a la “ficción”. La película se desarrolla casi en su totalidad dentro de una precaria casa en la que convive una decena de bolivianos: allí trabajan, duermen, comen. Con el correr de la historia, nos vamos enterando de los mecanismos mediante los cuales son reclutados y algunos de los padecimientos a los que son sometidos: están privados de documentos, sólo pueden salir a la calle con autorización y por breves períodos de tiempo, trabajan casi sin descanso y reciben -si lo reciben- un pago caprichoso.
Pablo Stigliani narra con eficaz pulso de thriller la historia de dos de ellos, un matrimonio de bolivianos que vive allí con su hija de cinco años y, en determinado momento, decide que es hora de escapar. Para eso la pareja deberá enfrentarse a Marcos, el dueño del taller: uno de los últimos trabajos de Arturo Goetz, en otra gran actuación que hace lamentar una vez más su prematura muerte, el año pasado, a los 70 años.
El suspenso va in crescendo, aunque hay una elección narrativa que le quita fuerza: intercalado con la acción en sí misma aparece el testimonio de la mujer del matrimonio, que declara ante un funcionario y repasa todo lo que vivió. Esto agrega un indeseable tinte pedagógico, es redundante y funciona como anticlímax de una historia tan atrapante como espeluznante. Y que puede estar ocurriendo, sin que lo notemos, a la vuelta de la esquina.