Nadie sale vivo de aquí
Un muchacho santafesino de unos 20 años (Alan Daicz), que acaba de publicar una novela gráfica (es un fan del cómic), llega muy sobre la hora a Buenos Aires para presentarla en la Feria del Libro, se instala en un hotelucho y se sube al primer taxi que encuentra. Pero el conductor (interpretado por Jorge Marrale) no es el típico tachero porteño sino un hombre desesperado y resentido, dispuesto a inmolarse y a generar un caos: tiene el auto repleto de explosivos. Lo que sigue es un tour-de-force cinematográfico y emocional, ya que la película transcurrirá casi íntegramente dentro del coche y se limitará a narrar la relación que se establece entre ese veterano manipulador y el inocente chico que pasa a ser su prisionero y confidente.
Decir que la película trabaja sobre el encierro y que resulta, por lo tanto, claustrofóbica es casi un lugar común. El automóvil nunca se detiene, pero en su interior el tiempo parece no pasar nunca y la tensión se vuelve insoportable ¿Volarán por los aires? Bizzio nos enfrenta a una situación extrema y nos obliga (nos somete) a ser testigos incómodos de este juego de gato y ratón, de negociaciones cruzadas y dependencia mutua. La puesta en escena no está mal (el director filmó incluso en plena Avenida 9 de Julio), pero el relato depende casi 100% de los diálogos y los mismos no siempre resultan igual de eficaces y creíbles. Una apuesta muy arriesgada y parcialmente lograda. Así y todo, una verdadera rareza y bastante valiosa.