Se viene el estallido en la ciudad
Sergio Bizzio cuenta una historia casi asfixiante que transcurre durante un viaje en taxi. Un joven pasajero ignora que, en realidad, no se está subiendo a un simple auto de alquiler sino a un coche bomba. Diálogos en clima de tensión.
En 2001 el escritor y director Sergio Bizzio estrenó Animalada, su ópera prima, una historia de amour fou entre un hombre (el recordado Carlos Roffé) y una oveja, contada desde los tópicos del absurdo y los códigos surrealistas jamás transitados por el cine argentino. Luego de este film original y después de No fumar es un vicio como cualquier otro (2007), que pasó inadvertida en su momento, Bizzio eligió una historia particular, con dos protagonistas casi exclusivos (un taxista y un pasajero) y la ciudad como paisaje y entorno de un viaje nada convencional. Ocurre que el joven Walter, al ganar un concurso por su novela gráfica, recién venido del interior, debe presentar la obra en la Feria del Libro. Al subir a un taxi descubre que se trata de un coche bomba, manejado y controlado por otro Walter (Jorge Marrale), dispuesto a detonar los explosivos o, tal vez, a inmolarse y volar en mil pedazos. Esa es la pequeña pero contundente trama de Bomba, un estudio de caracteres de personajes que se empiezan a conocer, también a desafiarse, ante semejante situación límite.
Bizzio construye dos personajes que actúan como opuestos complementarios: por un lado, el irascible y resentido taxista, por el otro, el temeroso y suplicante pasajero. Pero, al tratarse de una road movie donde la ciudad también cobra protagonismo –como si el silencioso Travis Bickle de Taxi Driver de Scorsese viviera una situación parecida con un ocasional pasajero–, la película encuentra un bienvenido desvío formal, desprendiéndose de "la caja cerrada" que reclamaría una puesta teatral. Bomba, en ese sentido, se aleja de esa clase de riesgos, imponiendo una marcada tensión desde las amenazas del taxista al pasajero, fusionada al crecimiento dramático de la historia, en este caso, por medio de diálogos que funcionan a la perfección para que los personajes descubran sus miedos, traumas, defectos y miserias frente a ese cuadro de situación difícil de soportar. En ese ida y vuelta entre los dos Walter y en los llamados de la madre al celular del joven pasajero, Bomba elige una bienvenida concentración de tiempo y espacio, donde Bizzio ubica la cámara en lugares no convencionales, alejándose de la pereza del plano y contraplano. En cambio, los puntos débiles de la película se relacionan con los breves flashbacks donde se expresa el pasado del taxista, en especial, su ruptura de pareja y su encuentro nada ocasional con el amante. Son esos momentos, pocos pero certeros, donde la película, ahora sí, se aleja de esa insoportable asfixia que convoca al encierro en el taxi y al grado de incertidumbre que define a la situación. Marrale y Daicz, por su parte, establecen una lograda química actoral en ese espacio único a punto de volar por los aires.