Una explosión de sentimientos
¿Quién no fue prisionero de las (in)creíbles historias de esos personajes urbanos que conducen autos pintados de negro y amarillo? Una de ellas podría ser la de Walter, un joven que recibe en su pueblito natal de Santa Fe un gran paquete que revela un notición: su historieta fue elegida en un concurso literario, impresa, encuadernada y a punto de presentarse en la Feria del libro. Un comienzo algo fantástico. Digno de un taxi.
El protagonista, a cargo de Alan Daicz, quedará varado en una parada de su viaje hacia Buenos Aires y deberá llegar por las suyas. En la avenida 9 de julio, donde el caos vehicular cobra magnitud, comenzará una verdadera odisea para el protagonista. El taxi será su cárcel por las próximas horas y el que echará llaves, su conductor (Jorge Marrale). El gesto duro, la tensión en el tránsito y la mirada hacia su interlocutor trasero marca la chispa del pálido tachero que lo encierra y amenaza: el vehículo está repleto de explosivos y la bomba se detona con la bocina. Una vuelta de tuerca interesante. ¿O quién imaginó un taxi-bomba?
Desde ese momento las hipótesis que se manejan para continuar este filme -dirigido por el realizador de Animalada (2001) y No fumar es un vicio como cualquier otro (2005)- podrían haber tenido un destino trágico, argumentativamente hablando. Pero no, acá no hay rehenes encapuchados, toma de lugares públicos, héroes anónimos o personajes nefastos que cuadren con una situación terrorista. No. El acierto de Sergio Bizzio fue “encerrar la película”. El interior del auto, como único testigo, ambienta un relato lleno de tensión, mimetizaciones, sentimientos encontrados y miserias. Se asemeja a una sesión de terapia mutua en cuatro ruedas.
El asombro de Daicz (a veces exagerado) y el excelente trabajo de Marrale (quien con su mirada lo dice todo) albergan lágrimas de ira y dolor por partes iguales. El joven, desde el miedo y luego la comprensión, el adulto por lo estructurado y robótico, un muerto en vida a punto de estallar presa de infidelidades y desengaños. Los laberínticos paseos por Parque Chas, metaforiza lo cíclico de esta película producida por Lucía Puenzo (XXY) donde ambos se miden, juzgan y, lo más importante, perdonan. La bomba es una excusa.