Heavy coming of age.
Daniel Barosa se acomoda demasiado rápido en el ámbito y territorio donde pretende desarrollar un vínculo entre una adolescente y un cuarentón. Ese vínculo pasa por los estadios del idilio a la toxicidad cuando son las soledades de dos personajes carentes de todo sostén las que marcan los compases de una melodía desencadenada y triste.
Pero si a eso le agregamos el rock o la cultura del rock, el resultado es una película de alta intensidad, anárquica por momentos e intimista por otros.
A la idea intimista se la dimensiona desde la propuesta visual que desde un celuloide gastado y un tono setentista trae la referencia de la home movie, o tal vez el derrotero de una groupie cuando convive con un músico de rock, que no lo es tanto como su abuelo y ese es su mayor obstáculo para conectar con su presente y buscar amores adolescentes a una edad bisagra y de replanteos existenciales.
En el cruce de ese puente generacional, la adolescente interpretada por la actriz Ailín Salas aporta un temperamento avasallador, la necesidad de encontrar en un hombre al padre ausente en pleno duelo por la muerte de su madre en Argentina, pretexto para vincularla con Brasil y desde ese instante con las obsesiones del músico fracasado.
En cuatro episodios o etapas, todo cambia en siete años, las escenas fuera de foco y la mutación de pieles conecta con el cuerpo, el sexo como herramienta de extorsión emocional e incluso la autoflagelación como sustituto de masturbación en el caso de ella y como una de las tantas maneras de poner en escena el deseo ante tanta fragilidad de corazón.
Boni bonita es un interesante retrato heavy de un coming of age al que no le falta ni le sobra nada.