El estreno de Borrando a Papá iba a realizarse a comienzos de agosto, sin embargo, por una supuesta censura, su llegada a las salas se dilató dos meses. Y digo supuesta censura porque desde DOCA (organización de documentalistas argentinos) aseguran que la denuncia es una movida de marketing de la productora; de hecho, por tal motivo excluyeron al documental de sus futuras proyecciones. Más allá de esto, pareciera que algo de verdad hay: una diputada del PRO le envió una carta a las realizadoras en la que se cuestiona la idea del film y se pide su censura. De todos modos, a esta altura y con la película estrenada, ese tema pasa a ser anecdótico. El gran problema de Borrando a Papá no es su fallida prohibición sino su puesta en escena.
El contexto polémico no es opuesto al resultado de la película. Al verla, los argumentos de DOCA parecen razonables, las realizadoras buscan controversia desde el inicio; los primeros 10 minutos están armados alrededor de una cámara oculta, recurso miserable hasta para un programucho de TV. De hecho, todo se articula como en un paupérrimo programa de denuncia. El sensacionalismo y la unilateralidad de la mirada tiran por la borda una propuesta que, de haber sido tratada seriamente, se hubiera acercado más a su cometido: concientizar sobre el hecho de que en las parejas también existe violencia hacia los hombres, que existen casos de obstrucción de vínculo, y que hay chicos que son tomados como mercancía y utilizados para vengarse de una ex pareja.
Pero el tratamiento es tan vulgar que no sólo no logra su propósito sino que resulta exasperante tanto formal como ideológicamente. Formalmente, además de la antiética cámara oculta que tira por la borda todo desde el principio, se articula en base a entrevistas editadas con buen timing pero intercaladas con sobreactuaciones pésimas. En esas entrevistas hay una clara falta de contextualización y tal vez lo más contundente e interesante sean las palabras de un funcionario del INADI. Lo lamentable es que mientras por un lado se pone de manifiesto el genuino problema de los padres que no pueden ver a sus hijos, por el otro se hace hincapié en la absurda idea de que la violencia de género no es más que un negocio. Compañeros, aunque sea verdad que exista gente que saca provecho de estos conflictos, la violencia contra la mujer es una realidad concreta e innegable (hay estudios que indican que por violencia de género muere una mujer cada 30 horas).
Y claro que existen casos de violencia de mujeres hacia hombres (y hacia sus hijos), y que aunque estadísticamente sean menores no quita que deban ser tenidos en cuenta por la justicia. Pero la postura desquiciada que asume el documental -la violencia de género como negocio- anula la genuina problemática a la que apuntaban. Se podría haber abordado la obstrucción de vínculo sin esa ridícula teoría y sin los argumentos ad hominem del caso Corsi que buscan relativizar una problemática indiscutible como la violencia hacia la mujer. Un documental que por querer pasarse de políticamente incorrecto cae en un terreno absurdo y reaccionario, moneda corriente en estos días.