El naturalismo y el box
Estamos ante un documental observacional de Víctor Cruz (recordemos su aceptable film de suspenso, El Perseguidor) en el que la mirada se posa sobre el gimnasio de Alberto Santoro, un notable entrenador de boxeo. La lucha diaria, sin la épica del cine, es mostrada por una cámara que parece estar siempre a resguardo, lejana y sin inmiscuirse entre los personajes. Las historias, catalíticas en apariencia, forman un tejido narrativo sobre la cotidianeidad del boxeador amateur o semi profesional. Tenemos al boxeo como deporte duro -obviamente esto no se descubre con el documental- sustentado por el entrenamiento, el sacrificio y el pago directo con el cuerpo ante un error. La discusión vacua acerca de si es o no un deporte queda finiquitada -aquí sí podemos descubrir algo- al escuchar a Santoro. Las indicaciones para sus pupilos son casi siempre técnicas: posición, golpe, movimientos de brazos y piernas, etc. Probablemente la mejor escena es la de una coreografía de siete golpes que un boxeador no puede dar. La paciencia, la repetición y las alternativas que Santoro ensaya son propias de un educador, conforman una guía inductiva para la solución del problema...