Lejos de noquear
En la estación de trenes de Consitución hay un gimnasio, en un subsuelo. Ese lugar es, ya de por sí, un personaje. Allí está Santoro, el entrenador, y los muchachos que ahí entrenan, sea a modo recreativo o para llegar a ser profesionales del boxeo.
Cruz pone al espectador a espiar lo que sucede en ese lugar. A veces se puede oir con claridad lo que allí se habla, otras no tanto. Se puede oir a Santoro dando indicaciones claras a un joven sobre cómo moverse en el ring, cómo usar sus pies -parte del cuerpo tanto o hasta a veces más importante que los puños-, de qué forma acercarse y alejarse del rival. Pero el director amarretea la información visual al espectador. Mientras se habla de movimiento, de entrar y salir, de los pies, el director cierra más el plano sobre las cabezas de los protagonistas de la escena privándonos de observar la enseñanza.
La falta de información es una constante en este documental que apenas sí testimonia la existencia de esos seres y del gimnasio que frecuentan. Poco o nada sabremos de la historia del novel púgil que va en busca de una victoria que le renueve la esperanza. Casi nada conoceremos sobre la vida del entrenador, y mucho menos sobre ese pintoresco gimnasio escondido al costado de un andén. Lo único que sabremos es aquello que, como fisgones que el director nos propone ser, logremos captar de las crípticas conversaciones que tengan algunos de los partícipes de este relato.
El director parece centrarse en un hecho recién hacia el final. Con mucho de frío testimonio por un lado, algo de recreación por otro, siempre errático, sin definir exactamente qué es lo que quiere contar, así es este documental breve y poco sustancioso.