Todo pasa y todo queda
El tema central es el tiempo. Linklater ya lo había moldeado en su estupenda trilogía (“Antes de…”). Pero aquí la apuesta es mucho más alta. Registra en tiempo real lo que le pasa a Mason, desde los 8 años hasta llegar a la universidad. La filmó año tras año. Es una proeza que vale más desde el punto de vista experimental que desde lo estrictamente cinematográfico. No tiene la potencia lírica ni la emoción de aquella trilogía. Pero es un bello desafío que registra, no las grandes secuencias de una vida, sino las pequeñas cosas que hacen a un chico que va creciendo, que va sintiendo, que va probando, un hijo de padres separados que ama, duda y sueña. Las secuencias son desparejas, aunque siempre en Linklater importa más el gesto y la mirada que el asunto. A veces simplifica demasiado y a veces se demora por demás en algunas historias, pero con gran sinceridad y desenvoltura transmite la sensación de que la vida se nos escurre entre pequeñas cosas. Se la ha visto como “una epopeya sobre lo ordinario, un acto de fe en la fuerza del cine y en su capacidad para recuperar los recuerdos”. El final es triste y hermoso: Mason deja el hogar y su madre le hace un reproche cargado de dolor: “Nunca pensé que te iba a resultar tan fácil marcharte de casa”. Y allí comprueba que, con sus hijos en la universidad y después de luchas, ilusiones y divorcios, lo que le espera es un gran vacío. Mason le pregunta por qué llora. Y ella responde: “creía que habría algo más”. Implacable y emotivo cierre de este film sobre la fugacidad de la vida y la simple y hermosa epopeya que implica crecer, aprender, desechar, apegarse a los padres para aprender a separarse y mirar hacia adelante. Así, mientras Mason viaja hacia la universidad, en la camioneta suena una melodía que le dice: “No quiero ser un gran hombre/ sólo quiero pelear como todos los demás”. Final inolvidable para un film único.
Leer más en http://www.eldia.com.ar/edis/20141101/Todo-pasa-todo-queda-espectaculos12.htm