Linklater y una ontología del presente
La decadencia del imperio americano y Las invasiones bárbaras ya lo habían ensayado. Contar una historia con los mismos personajes, pero muchos años después, con los mismos actores ya avanzados en años y asumiendo en la ficción representada el supuesto paso del tiempo. Linklater efectuará el mismo procedimiento con su trilogía Antes del amanecer, Antes del atardecer y Antes de la medianoche.
Pero la experimentación de Linklater irá un poco más lejos que la del canadiense, terminando de sellar su impronta propia con la recientemente estrenada Boyhood, película directamente pensada como un proyecto de largo plazo, con actores que trabajarán sus personajes a lo largo de más de diez años, contando distintas etapas de sus vidas ficticias. A diferencia de la trilogía protagonizada por Ethan Hawke y July Delpy, Boyhood presenta el cambio físico de los personajes como un continuo. Las tres horas de película son el relato del paso del tiempo en la vida del protagonista, Mason, de la niñez a la adolescencia.
El tiempo es un tema que está presente en gran parte de las películas de Linklater, rica y diversa por cierto, pero siempre coherente con algunas cuestiones que parecen obsesionar al director. Quiero traer a colación su película Waking Life (algo así como “despertando a la vida”), pieza primero filmada y luego dibujada arriba dando al relato un tono de ensoñación del personaje principal. Sin acudir a una aparatosa manipulación digital de la imagen, Linklater deja volar la imaginación creadora con una técnica muy simple: colorear y crear efectos pictóricos sobre la imagen original.
En Waking life el sueño en el que parece estar sumido el personaje funciona como metáfora de una vida vivida con otra conciencia de lo temporal. El personaje existe y transita en una realidad que intenta comprender, casi como caminando (a veces levitando) en un sueño. Habla con múltiples referentes intelectuales que le explican teorías sobre el mundo y la vida de la más diversa índole. Él principalmente escucha. Parece sopesar la fuerza y la pertinencia de cada uno de los argumentos que le ofrecen.
En las últimas escenas comienza, prudentemente, a tomar él mismo la palabra y sus conclusiones parecen ser las de Linklater en algunas de sus películas: que el mayor peso ontológico de la realidad lo tiene el presente vivo del sujeto. Las palabras (aún cuando encierran grandes teorías) son realidades físicas, como los árboles y el resto de las presencias que nos rodean.
La forma de colorear las imágenes abona está idea de un presente vivo y continuo. Hay algo impresionista en esos trazos que recrean lo real como algo siempre cambiante y difuso. Lo mismo con la escena inicial de la película, en la que un grupo de concertistas toca una música frenética que irá apareciendo con frecuencia a lo largo de la historia. Impresionismo y música aparecen como artes que retratan el instante vivo del sujeto. Es en Antes del amanecer, la primera y más fresca de la trilogía, mientras los dos enamorados recorren Viena, que entra en escena un poeta callejero y les escribe unas palabras improvisadas en el momento. Un nuevo arte, la poesía, se ofrece como modelo de expresión del instante vivo. Así es como Linklater entiende la naturaleza del arte, y al cine en particular.
Boyhood culmina con un diálogo que parece encerrar una tesis sobre el tiempo, pero que en realidad tiene muchas menos pretensiones, y por lo tanto puede resultar engañosa. Mason por fin inicia sus estudios universitarios lejos de la casa de su madre y el compañero de cuarto en el campus lo invita a salir a recorrer unos pintorescos paisajes desérticos del lugar con otras dos compañeras de universidad. Sentados frente a un imponente paisaje, Mason y una de las chicas filosofan sobre la vida, tipo de escena que ya es una marca de estilo en el cine del director. La chica afirma que nunca estuvo de acuerdo con la idea de que hay que aprovechar siempre el momento presente. Por el contrario, cree que el momento es el que en todo caso nos atrapa a nosotros. Con esas aproximadas palabras, cierra la historia.
La pregunta es ¿qué quiere decir Linklater con eso? Personalmente, creo que busca desmarcarse de la idea que lo asocia a él como director con un cultor superficial de vivir el momento presente. Por eso le hace decir esas palabras al personaje femenino. No hay que detenerse demasiado tampoco en la otra afirmación más propositiva que le sigue, según la cual los momentos parecen abrazar a los sujetos. Es simplemente una forma de jerarquizar el elemento tiempo en el conjunto de la existencia humana. Es volver a ubicar al tiempo (y puntualmente al presente) como centro de la reflexión filosófica dentro de su filmografía.
Me parece, sin embargo, que cuando un artista hace filosofía hay que entender que su concepción está atada a las reglas de su propio oficio artístico. De alguna manera, el artista explica cómo entiende la realidad en función de cómo está acostumbrado a observarla y describirla mediante su arte. La de Linklater no es una filosofía superadora, sino una concepción filosófica más y particularmente atada a una visión del arte.
Se da cierta regularidad en el hecho de que muchos artistas terminan desembocando en una idea “aurática” de la vida (concepto benjaminiano que servía para distinguir al teatro del cine, dado que el primero se vive en tiempo presente y vivo, mientras que el segundo según el filósofo frankfurtiano no). Pienso en Wagner y también en Herzog, para dar solo dos ejemplos. El arte, que puede ser entendido como la experiencia viva del espectador al momento de contemplar una obra, parece brindar un modelo explicativo a estos artistas-filósofos que, de alguna forma, extrapolan la concepción aurática al mundo de la vida en general.