Una ventana que mira a la vida
En su nuevo film, galardonado en Berlín a la mejor dirección, Richard Linklater apuesta a un seguimiento de calendario para con sus personajes. Algunos críticos afirman que esta pieza inaugura todo un camino en la cinematografía moderna.
Para numerosos críticos, el film merecedor del Oso de Plata a la mejor dirección en el Festival de Berlín 2014, Boyhood. Momentos de una vida, ya ha pasado a ser una de las piedras angulares del cine de hoy. Desde los días de su presentación oficial, el último film de Richard Linklater ha despertado páginas y páginas marcadas por una casi unánime admiración; algunos, hasta lo consideran un film bisagra que va a motivar a que jóvenes realizadores continúen el camino que nos señala.
Desde una concepción muy personal, y a partir de una sola y única visión de este film, es preciso subrayar doblemente esta expresión: "Nos señala". Y así lo entiendo, ya que a partir de una muy diagramada planificación, Richard Linklater nos toma de la mano, nos guía, no nos permite que nos alejemos del itinerario que trazó para nosotros. No hay que preocuparse de algo ajeno: las puertas abiertas al azar y lo imprevisto han sido sigilosamente clausuradas.
Puedo afirmar, desde una posición muy personal, que por lo general los films seleccionados en este Festival (a diferencia de la Academia y en parte, Cannes), han despertado una gran admiración en mí. Como lo son, de las últimas tres ediciones, Una separación, del director iraní Ashsgar Fahradi; César debe morir, de Paolo y Vittorio Taviani; La mirada del hijo, del realizador rumano Calin Peter Netzer. Admirables, dignos de ser vistos más de una vez, los tres apuntan a relatos con interrogantes; los tres nos llevan a reflexionar sobre los modos de representación, los planteos éticos, los lugares del espectador.
Ahora, en esta edición que tuvo lugar en el mes de febrero de este año, el Oso de Plata, Gran Premio del Jurado, le correspondió a la tan sorpresiva y melancólica, Grand Hotel Budapest, del siempre ocurrente Wes Anderson. El premio mayor lo recibió un thriller de origen chino, Black Coal, Thin Ice, de Diao Yinan, que dividió enojosamente al gran público y a todo un sector de la crítica.
Premiado en esta entrega con el Oso de Plata al mejor director por el film que hoy comentamos, el director Richard Linklater manifestó, una vez más su modo tan particular de narrar el paso del tiempo. Como ya lo había expresado en su serie "Antes de...", films que se juegan en el arco temporal 1995?2013, que siguen el curso de las relaciones de sus dos personajes centrales, Jesse y Celine, interpretados por Ethan Hawke y Julie Delpy, a partir de un encuentro ocasional en un viaje en tren.
Son tres las grandes ciudades que pasan a ser escenarios de caminatas, diálogos, promesas. Y en estas tres, Viena, París y Atenas, se nos invita a todo un recorrido; que si bien, está diseñado de antemano, abre espacios a lo inmediato y a lo ocasional. Por lo menos así lo pienso de las dos primeras: ya que en la última, la excesiva verborragia, los acotados y lineales discursos, terminan por sacrificar su planteo de base, llegando a ser una mera exposición, en su mayor parte a puerta cerrada, de discusiones domésticas. Ni un solo plano de la Grecia de hoy asoma por encima de la adocenada explicitación de los hechos, de los repetidos malestares de esa pareja...tantos años después.
Una de las impresiones que comencé a experimentar mientras veía Boyhood? Momentos de una vida era que estaba nuevamente frente a una ligera variante de aquel tan sobrevalorado film de Terrence Malick, El árbol de la vida, que conocimos hace algunos años. Su manera de concebir a la familia estadounidense del medio oeste norteamericano, desde planteos básicos y de manera lineal, a partir de un transcurrir del tiempo, me llevaba a recalar en los lugares más comunes del cine estadounidense de hoy (para los europeos, "cine americano"), desde una exploración que en el film de Terrence Mallick alcanza lo trascendental? metafísico y que ahora en Richard Linklater se recorta en la exposición y registro del seguimiento, período tras período, de su personaje logrando un pálido retrato generacional.
Desde su declaración a la prensa de que en el film El niño simplemente crece, podemos comprender cuál ha sido el camino que ha seguido y nos obliga a seguir. Así, en su defensa de una mímesis, podemos recordar la inútil labor de un director tan notable como Gus Van Sant cuando presentó su versión de esa obra maestra de Alfred Hitchcock, Psicosis, que marcó un punto de inflexión y que abrió un renglón de puntos suspensivos en la historia del cine. En el film de Gus Van sant lo que pudimos ver fue un mero juego de copiar cuadro por cuadro, ahora en color y asfixiando toda la propuesta y el alcance de una construcción paródica.
Desde un exasperante naturalismo, que sí tiene en cuenta y con logros las elipsis, seguimos a nuestro niño en Boyhood a lo largo del período que parte de los días de la escuela primaria al ingreso a la Universidad. Lo diferente y que algunos han definido como "experimental" es que el mismo actor, sin participar en otros films, va creciendo frente a nosotros, a partir de un rodaje que ocupó el mismo número de años. Y que, según declaraciones del director, se reunieran a lo largo de doce días cada nuevo año; momento en el que el propio personaje central, ponía en acto diálogos que había apuntado en todo ese tiempo pretérito.
Debo reconocer que si bien esta propuesta ofrece variantes respecto del cine industrial, en tanto se aleja de la forma de trabajo del llamado cine hollywoodense de hoy, no obstante, pese a todo esto, no comprendo en qué lugares se asienta su fuerza artística. En tanto el film renuncia a lo alusivo y metafórico, los hechos que pasan frente a nosotros ocurren así, de la manera más directa, más literal. Desde su propuesta, de una extrema verosimilitud, no encuentro mayores diferencias entre estar escuchando cualquier diálogo en una situación x en un lugar determinado a estar frente a algunos momentos de este film que mira con atención una rutinaria vida doméstica. Para marcar que esta es la generación de los que se nutren literariamente de la saga Harry Potter y de los video juegos no es necesario subrayarlos a estos elementos con planos detalles.
Cesare Zavattini expresaba en aquellos días del transformador Neorrealismo Italiano: "Esta es la realidad. Sólo basta ubicar la cámara delante de ella. Y dejarla allí". Pero la concepción de realidad que ellos tenían en esos años ?Rosellini, De Sica, De Santis, entre otros? era profunda y compleja, y se sostenía desde un discurso crítico sobre los años de la post?guerra. El gran maestro y guionista consideraba que no había que maquillarla y adornarla; sí, explorarla. Lejos de esto, el film de Richard Linklater se limita a llevarnos de la mano, a hacernos partícipes de manera directa, sin mediación creativa, de una madre frustrada, padres alcohólicos, hijos desantendidos, en un escenario tibiamente progresista que cita a Obama vs. Conservadores, desde un marco "políticamente correcto".
Nada en este film, como en El árbol de la vida está librado como en los films del Neorrealismo al acontecer mismo de los hechos. Todo está bajo control, hasta las expresiones de los personajes que son "fórmulas de vida". Sí, con este acentuar de su director lo de "experiencia de la vida", lo que logró el director fue que no pudiésemos escuchar a sus personajes, en sus matices, en sus contradicciones. O en tal caso, no se nos permite escucharlos desde otros ángulos; no, sólo, desde un único lugar de mirada.
Pero pienso, además, en los films que integran la saga Antoine Doinel. A lo largo de casi lindantes veinte años, 1959?1978, el siempre recordado y amado Francois Truffaut nos ofrece una saga con su personaje a través de cinco historias que liberan el respiro de lo creativo, que renuncian a obviedades, que abren pasadizos a los sueños y temores de sus personajes, que exploran, que se atreven. En estas cinco aventuras de vida, páginas de la vida de un personaje, despiertan emociones que llegan a habitarnos. La poesía de lo cotidiano asoma por encima de las reconocibles situaciones. Y basta un solo gesto de sus personajes para que nuestra vida misma deje oír su propia música.