"La cápsula del tiempo definitiva"
El último trabajo de Richard Linklater será recordado no solo por ser una excelente película que reflexiona sobre el paso de la niñez a la adultez sino también por tratarse de un verdadero experimento cinematográfico único en su especie. Una obra de arte dónde el qué se dice depende por completo del cómo se dice.
Doce años seguidos de realización. Ese fue el tiempo que necesitó Linklater para concretar este monumental film que documenta la vida de Mason (Ellar Coltrane) desde los 5 años hasta su ingreso a la universidad. En ese camino, el paso del tiempo y los cambios personales que atraviesan Mason y los miembros de su disfuncional familia se convierten en el principal combustible de una película que divierte y emociona genuinamente sin necesidad de golpes bajos ni giros imprevistos.
La vida misma. Esa parece ser la premisa de “Boyhood” que, con un guion que también lleva la firma de Linklater, recorre los últimos vestigios de la infancia, la siempre complicada adolescencia y el amanecer de la adultez de nuestro protagonista. Junto a él, el espectador se ve inmerso en un viaje a través del tiempo no solo gracias a una nostalgia que traspasa la pantalla sino también al desbordante optimismo que trasmite la vida de Mason. O sea, la vida misma.
¿Cuánto hay de ficción y cuanto de realidad en “Boyhood”? Imposible saberlo. La magnífica puesta en escena que Linklater construyó para su más reciente trabajo se convierte en un retrato completamente realista sobre la vida de un adolescente moderno. En esa fotografía que se actualiza doce años consecutivos, como si se tratara de un portarretratos digital, radica la magia de una propuesta que verdaderamente es única en su especie y cuyo resultado es más que gratificante para los amantes de las pequeñas historias. Aunque en “Boyhood”, claro, la sencillez se encuentra completamente opacada por su grandilocuente formato.
Junto al joven Coltrane están los experimentados Ethan Hawke y Patricia Arquette, quienes se roban la película en partes iguales con sus respectivos personajes. Si la primera es el fiel reflejo de la madre de hierro que está siempre al lado de sus hijos cuando estos la necesitan, el segundo es la voz autorizada que aparece de vez en cuando para allanar el camino elegido por los mismos. Eso sí; ambos dejan mucho que desear dentro de sus propias vidas pero siempre a un ritmo que sirve para transmitir el ejemplo de que ningún golpe ni tropiezo es irreversible.
Párrafo aparte, dentro del plano de las actuaciones, para Lorelei Linklater (hija del realizador) quien durante la primera etapa del film, esa que refleja la niñez, tiene momentos gloriosos acompañados de una cuota de humor y cierta maldad infantil. Como la hermana mayor de nuestro protagonista, la joven Linklater simplemente la descose, posicionándose como pieza clave dentro de la vida de Mason durante toda la película.
Técnicamente, el punto más alto de “Boyhood” sin lugar a dudas es su trabajo de edición. Sandra Adair (habitual colaboradora de Linklater) consigue básicamente lo imposible al reducir a casi tres horas de duración ni más ni menos que doce años de vida. Esta ya de por sí difícil tarea, sumada a uno de los guiones más cambiantes de la historia del cine (¿Alguien pensó en este aspecto?), sin lugar a dudas tendrá su merecido reconocimiento a la hora de las estatuillas y galardones que entregan los grandes jurados a la hora de coronar las mejores producciones del año.
Y la pregunta del millón parece casi una obviedad: ¿Qué sucederá con Richard Linklater a la hora de los premios importantes? Sea cual sea el destino, difícilmente cambie una realidad que solo con ver “Boyhood” cualquiera puede confirmar: Estamos frente a una indiscutible pieza artística destinada a permanecer junto a las mejores producciones cinematográficas del cine moderno. Una obra que logró, ni más ni menos, congelar el tiempo y almacenar 12 años de vida en una serie de fotogramas.