Siempre es hoy. Eso es lo que dice el rostro de Mason, encarnado (como nunca) por Ellar Coltrane, otro Coltrane que hace jazz modal pero con su propio cuerpo, un cuerpo acorde que muta y avanza en escalas y progresiones de una escena a otra, según pasan los años.
Cosas imposibles, como decía Cerati y dirá Linklater. Persiguiendo realidad en su nueva ficción invierte el recurso más caro de todos, doce años de realización, en pos de una aventura ordinaria, la de un niño que crece a través de módicas revelaciones y aprendizajes, de familias ensambladas, de tensiones (económicas y emocionales) superables. Nada demasiado espectacular en la trama en sí, porque en ese cruce de escalas está la apuesta de la película, que encuentra una manera absolutamente inusual de contar una historia común.
Más allá del recurso, todo pasa, y todo queda. Habrá que apropiarse del momento, o dejar que el momento se apropie de uno.