Así como en enero pasado tuvimos el agrado de presenciar el evento cinematográfico que resultó ser La vida de Adéle, no termina el 2014 y finalmente ve la luz del día el gran proyecto que Richard Linklater pergeño durante doce largos años y se establece como un hito en la historia del cine. Es muy difícil no ponerse emocional al hablar de Boyhood, una maravillosa historia que tiene al espectador como protagonista cómplice mientras presencia el crecimiento del pequeño Mason en el seno de una familia disfuncional a través de la llegada a la vida adulta.
Filmada en más o menos 45 días a lo largo de doce años como si de pequeños cortos se tratasen -un estilo fragmentado, que el director dominó con la eximia trilogía Before...- Boyhood es una tarea titánica, que sólo un director con mucha paciencia y los ojos en la meta como Linklater podría lograr. Armado con secundarios adultos como la potente Patricia Arquette y un amigo de la casa en Ethan Hawke, el foco del film es la vida y obra de Mason, un chico bastante apático, que oscila entre los videojuegos y los fines de semana con un padre algo ausente. Entre un hogar y otro, y la presión de dejar una huella en el mundo, Mason irá creciendo ante los atentos ojos del incrédulo espectador, que ante cada nueva escena verá como Ellar Coltrane irá cambiando de piel conforme pasen los años y las hormonas hagan efecto. Mucho se ha hablado del joven Coltrane, quien hace un magnífico trabajo siguiendo la línea practicamente abúlica de su personaje, pero en general el paso del tiempo afecta a todo el elenco, y también es destacable el agigantado crecimiento de la hermana Samantha, interpretada por Lorelei Linklater, hija del director, y su cambio de personalidad y asentamiento a la vida adulta con el correr de los años.
Puede resultar fácil a primera vista filmar durante tanto tiempo y haber logrado captar tantos momentos pequeños que demuestran el paso de los años, pero hay una mirada muy particular de Linklater en cuanto a los detalles en pantalla. Cada canción, cada video, cada moda, están planeadas con premeditación, y aumentan la sensación de haber roto la intimidad de la familia y estar espiando momentos muy personales. El guión ayuda mucho a crear esta sensación de familiaridad, con situaciones y diálogos muy cotidianos con los que uno se puede relacionar. Tampoco es que el libreto es sencillo y pasatista; al fiel estilo de Linklater, Boyhood tiene su cuota de amargura y cinismo, pero también de romance y magia. El joven Mason tiene una oscura idea de lo que le espera a uno en la vida cuando crece y la apatía propia del personaje se refleja en la vida que tuvieron sus padres al tenerlos a él y a su hermana de joven. Hay discusiones fuertes y trágicas, tan reales que asustan, y otras tan profundas que lo dejan a uno pensando, más allá de la escena final, que propone una idea tan deliciosa como estremecedora.
Boyhood es un evento imperdible que refleja el vuelo rasante de ese director tan estimado que es Richard Linklater. Sublime y única, sobran los calificativos para describir esta grandiosidad hecha película.