Lo que el tiempo nos dejó
El paso del tiempo -y sus consecuencias- es un tema recurrente en buena parte de la filmografía de Richard Linklater. Sin ir más lejos, su trilogía de Antes de…, con Ethan Hawke y Julie Delpy -cada nueve años se reúnen para rodar una nueva historia con los mismos personajes- es un cabal ejemplo. Pero hace doce años, el director de Escuela de rock comenzó a pergeñar -y filmar- otra película.
Una película, Boyhood, en la que el paso del tiempo es fundamental. Porque el proyecto le demandó doce años, y terminó de rodarlo hace uno, siguiendo el crecimiento de un niño de 5 años hasta los 17. Filmaba una semana por, más o menos, cada año. Y el resultado es no solamente ingenioso, sino asombroso.
Linklater sigue a Mason (Ellar Coltrane) en toda la que sería la problemática de un niño, que llega a la adolescencia y trata de ver qué hará en su adultez. El director se permite contar a su favor con la familiaridad del público con la propuesta. Así, el paso de Mason por la escuela, los amigos, su primer amor, sus discusiones con la hermana mayor y las charlas con sus padres divorciados se siguen con particular interés. Quién más, quién menos, no pasó por esas instancias
Pero ¿lo más, o lo único interesante de Boyhood radica en cómo se filmó? No, y sí. Porque la sutileza con la que se aborda las transiciones, y la naturalidad con que se sigue la historia, son un modelo, un paradigma. Cómo la relación entre el padre y Mason, o con su hija, va ganando terreno y afianzándose… Todo, en un contexto sociopolítico que le concede a Linklater bordar momentos jocosos, o no tanto (Bush, Obama, Irak).
Los padres son Ethan Hawke y Patricia Arquette, y la hermana, Lorelei Linklater, hija del realizador. Hay que agradecer que por suerte en los doce años nadie se enojó -o le pasó otra cosa- y el proyecto pudo seguir avanzando.
La película tiene esa marca registrada del director, según la cual los personajes tiran frases más o menos bien elaboradas, certeras y que quedan repiqueteando en nuestra cabeza horas después de la proyección. “La vida no te da topes” –por las barreras a los costados en la pista de bowling-, “A veces hay que pelear en la vida”, “Sólo pensaba que habría más en su existencia”, se queja un personaje casi al final de la película. O “Hay quienes creen que hay que aprovechar el momento, y es al revés”, es otra.
Crecer, madurar -o no-, vivir y mirar con nostalgia… De eso trata Boyhood, una experiencia de casi tres horas que, cual balance, se pasan disfrutando.