Esculpir en el tiempo
Marguerite Yourcenar escribió un libro de ensayos llamado El tiempo, gran escultor, esa idea del tiempo vino a mi mente cuando miraba Boyhood de Richard Linklater. El tiempo todo lo cambia, todo lo modifica. Erosiona sueños, cuerpos, ideas. Pero el tiempo también permite el crecimiento, la belleza, la evolución de las ideas, los cuerpos y los sueños. El tiempo no es ni bueno ni malo, es inevitable. El tiempo va a pasar, nos guste o no. Muchas películas hablan sobre el tiempo y las características que aquí menciono, pero Boyhood las muestra. El protagonista tiene siete años cuando empieza la película y dieciocho cuando termina el relato. No solo lo dice el guión, realmente es así. Y el director busca conectarnos con esa evidencia irrefutable del paso del tiempo. Claro que al ser un niño, el protagonista crece, su cuerpo infantil se transforma en un cuerpo adolescente. No es un efecto de maquillaje, es el actor.
Linklater distribuyó los casi cuarenta días de rodaje a lo largo de once años, contando cada vez una parte del guión. No solo crece el protagonista, también crece su hermana y envejecen sus padres. Y no soy inocente al trocar la palabra crecer por envejecer, porque detrás de la enorme belleza y emoción de ver crecer un niño, subyace la inequívoca certeza de que se crece y se envejece a la vez. Los padres son la prueba de esto. Mason (Ellar Coltrane, en una actuación tan relajada como memorable) no traiciona sus ideas ni ve frustrados sus sueños como ocurre con sus padres. Los padres son la contracara oscura de ese paso del tiempo. Pero atención, lo que prima en el relato es la emoción, más que la amargura. En la película esa emoción va en aumento hasta llegar a un final apoteótico, de una belleza y una sabiduría digna de la maestría del director de la película.
Sí, claro que la melancolía está presente, como suele estarlo en Richard Linklater. Linklater ya reflexionó sobre el tiempo en Despertando a la vida y por supuesto en la trilogía de Antes del amanecer tres películas separadas por nueve años entre sí. Pero en Boyhood el trabajo es diferente. El guión tiene una fluidez asombrosa y con una pericia que jamás se vuelve llamativa o pretenciosa, se suceden esos años de forma natural, sin saltos ni grandes golpes dramáticos. Tampoco hay grandes saltos temporales ni elipsis narrativas pretenciosas. Con una buena construcción narrativa y confiando en los actores, Linklater narra de forma naturalista una proeza cinematográfica única. Ese es el verdadero encanto de la película. El tiempo pasa, nada más, nada menos. Si el tiempo esculpe todo en el mundo, incluyendo a las personas, el cine abre la puerta para que el artista esculpa en el tiempo. La genialidad de esta obra maestra consiste en este doble juego. Linklater es un gran escultor.