Santiago Loza es un autor y director que sabe retratar la fragilidad humana como nadie. En su film tres humanos dejados de lado, que solo se tienen a si mismos emprenden con la decisión de los que nada tienen que perder, una aventura que incluye a un extraterrestre. Ellos como él son extraños, olvidados, tan leves e invisibles como si pertenecieran a otro mundo. Juntos con un objetivo y esa amistad que les permite tener una rebeldía contra lo que les toca vivir. Loza los presenta, los hace latir, los muestra únicos y queribles, habitantes de un ensueño que les permite una libertad propia, un lugar donde no sentirse los otros. Son nosotros, poéticamente únicos, buscando un mundo más amigable donde poder existir. Para ellos esa aventura que los lleva a cumplir los deseos de una anciana muerta, con el ET incluido le da un propósito. Son, en una atmósfera distinta, que emerge como una imaginería ingenua, tan corpóreos y presentes que permiten una identificación, una empatía inmediata. Están lejos de los ritos cotidianos, inmersos en ese cuento breve, para permitirse, nada menos que habitar la libertad negada, el lirismo desatado, el lugar que se ganaron. Una película que nos atrapa en su poética. En su mirada inteligente.