El primer plano de Breve historia del planeta verde muestra a Tania (una transexual regordeta, pero eso lo sabremos luego: acá se muestra solo a una mujer y eso es importante), durmiendo con una máscara de descanso en su cara, que tiene los ojos del ET de Spielberg. Esto puede ser leído como una simple y querible cita, pero también –al igual que todo buen cine narrativo- como una suerte de síntesis de lo que vamos a presenciar: donde nosotros vemos un simpático alienígena (y una película que marcó nuestras infancias y probablemente la de Loza también), Tania ve oscuridad; o mejor dicho, puede decirse que no ve nada.
Este reverso de la mirada se perpetúa a lo largo del film, en un riesgo poco común dentro del género: el espectador mira a ese alien violeta y cuasi cartoon de manera asombrada o se ríe con él, pero absolutamente todos los personajes de la película (incluso una médica que aparece sobre el final y vendría a representar a la “ciencia”) se lo toman como la mayor naturalidad del mundo. Es también una postura asumida: donde esperamos ver “una con un marciano” y sus devenires espectaculares y asombrosos, tanto para los personajes como para el mismo Loza nada de esto es motivo de perplejidad porque la cosa pasa por otro lado. BHDPV no es (la brillante) Paul de Mottola, pero se acerca a sus terrenos al tratarse de un grupo de amigos outsiders donde el encuentro con el (otro) alien sirve más para salvarse a ellos mismos que a la criatura.
Así las cosas, BHDPV es dramedy, es ciencia ficción, es road movie, es aventura, pero por sobre todas las cosas es un pequeño cuento (como anticipa su título), amable y asordinado, que jamás subraya la transparencia de su fábula simple y universal, sobre esas heridas que es necesario sanar. No importa si es a causa de un pequeño alienígina, pero sí que sea con esos amigos que nos bancan en todas.
Uno de los mayores placeres del BAFICI es algo que uno sueña cada vez que ve una película estupenda o espantosa: acercarse al director de la misma y felicitarlo o insultarlo, dependiendo del caso. Yo me lo crucé a Loza y lo felicité, claro, pero le dije lo que acá repito: no entendí por qué el público de reía tanto, si a mí me había producido una tristeza enorme. “Es lo que vos sientas”, me dijo, y no solo no quiero contradecirlo sino que concuerdo.
Un cineasta y dramaturgo tan respetado como Loza se ha volcado al género y al fantástico en particular, sin por eso resignar un ápice tanto sus virtudes como sus ideas. Es una película alien para un cine nacional que a veces parece tener los pies demasiado pegados a la tierra. Ojalá sirva de ejemplo para nuestros cineastas (célebres o novatos, viejos y jóvenes) para filmar lo que en el fondo siempre quisieron contar –o el cine que los impulsó a filmar-, y ojalá llegue el día de que nosotros también dejemos de mirar estas excepciones con asombro desmedido, habiéndonos acostumbrado al riesgo.