El cine es capaz de crear universos, es capaz de convertir lo fantasioso, lo increíble, en algo verosímil mientras “se le siga el juego”, tanto cómo uno se deja atravesar por ese mundo imaginario que puede ser igual o totalmente distinto al nuestro, al que cada uno lleva dentro.
Breve historia del planeta verde de Santiago Loza (ganador de la Competencia argentina en el BAFICI 2003 y 2013) construye uno de tantos mundos, un ecosistema que se retroalimenta de esa fusión entre el cine y la vida, lo fantástico y lo real, y es en ese ida y vuelta que la aventura de Tania – una chica trans – y sus dos amigos Daniela y Pedro, con el fín de cumplir el deseo póstumo de su abuela, se convierte en una cruzada sobre la construcción de la identidad, la amistad y la soledad.
Existe un elemento disparatado en este viaje (particularmente una sorpresa que se da casi al principio, pero que vale la pena toparse de imprevisto) que funciona como excusa para corporizar todos los miedos y conflictos de la comunidad queer con una crudeza poética con la que resulta imposible no empatizar. Si la sociedad oprime y la discriminación tiene un discurso tan avasallador que mata, la imaginación es la única respuesta posible para demostrar que detrás de la pantalla hay humanos, los únicos capaces de transformar la realidad, y desde esa sinceridad es que Loza decide narrar esta historia.
En este cuento sobre los raros, sobre los marginados, tomar el delirio para convertirlo en arte también es un acto político.