La fábula de los extraños.
La propuesta de Santiago Loza resulta algo arriesgada a la vez que hipnótica porque en realidad se trata de un experimento no necesariamente cinematográfico per se, pero sí es cierto despojado de todo prejuicio formal y en un orden mayor de otro tipo de valor.
La gran palabra que une este collage es el dolor, compartido por todo aquel que frente a la norma escapa, ya sea por naturaleza o por elección de expresar su individualidad. En ese sentido este trío que comparte pasado y presente es el arquetipo de lo distinto y confronta con su distinción a veces de manera festiva y otras dolorosas. Pero hasta aquí los resortes del drama se tensan de la forma ortodoxa hasta que la introducción de un elemento fantástico opera como puente a la alegoría, a la metáfora y al juego permanente entre la subjetividad de cada uno de los personajes conectados con un ser extraterrestre, un secreto que la abuela de la protagonista, recientemente fallecida, guardaba y con gusto ha legado para ella y su grupo.
Desde allí, arranca otra película marcada por la travesía o el viaje de ellos con el ser de otra galaxia, agonizante, cuyo nexo es el dolor y ese dolor evoca los pasados para que todo concluya en una moraleja demasiado excesiva cuando uno de los puntos fuertes de esta película de Loza era precisamente la sutileza de los primeros minutos, la atmósfera hipnótica en los climas generados desde la plasticidad de la imagen para alejar toda cuota de realismo de la propuesta.
Por eso en Breve historia del planeta verde hay una lucha implícita de dos películas pero ninguna le gana a la otra por mérito sino más bien por imposición.