Marcianos del fin del mundo
Breve historia del planeta verde (2019), de Santiago Loza, propone una entrañable historia de amistad y amor en el marco de una road movie pedestre, y en la que el extrañamiento por la incorporación de elementos cercanos al realismo mágico, y cine de género, serán solo una pequeña parte de un relato mayor, que apela a la emoción e identificación para sellar su pacto con el espectador y dejar un profundo y sentido mensaje sobre diversidad e integración.
Tania (Romina Escobar) es una mujer trans que intenta hacerse respetar y evitar ser discriminada, anda por la vida con Pedro (Luis Soda) y Daniela (Paula Grinszpan), sus amigos de toda la vida, con quien comparte el día a día y, entre todos, se cuidan de las amenazas que el exterior les pone. Cuando recibe un llamado desde el sur para avisar el fallecimiento de su abuela, decide emprender un viaje con sus amigos para recuperar parte de su historia, sin saber que en ese camino, la revelación que un pequeño ser del espacio exterior acompaño a su familiar durante el último tiempo, y que ahora le es legado para contactarlo con el planeta de donde es oriundo, construirá un nuevo sentido a su existencia y la de sus amigos.
Santiago Loza propone y dispone, y juega de manera hábil con el tempo narrativo, para presentar en una primera parte a cada uno de los personajes con travellings y paneos que los detallan en sus lugares, y luego hacerlos interactuar en un marco natural bellísimo que realza, al comenzar a caminar junto al “ser de otro mundo”, sus intenciones de eliminar de Breve historia del planeta verde cualquier vestigio de lugar común y prejuicio.
No por el color incluido en el título es que la película sea plástica, al contrario, lo es por el engamado y paleta de colores única, que brilla en las manos de la cuidada fotografía de uno de sus colaboradores más eficientes, Eduardo Crespo, y que en la elección del vestuario y puesta, suma elementos que potencian el relato.
Al avanzar la película, y superar el extrañamiento con el alien, todo comienza a generar sentido en la sinergia del trío protagónico, personajes entrañables que están para ayudarse y que con oficio y conexión con los espectadores, gracias a naturales indicaciones en su interpretación, consolidan un guion que transforma el extrañamiento en empatía. Y gran parte de esa empatía se debe a la elección de Romina Escobar como protagonista, clave para comprender, además, los cambios en la representación del deseo y los cuerpos en el cine argentino, formas que empiezan a valorarse y a erguirse de otra manera.
Voluptuosa, exigente, deseante y deseosa, foco de atención, así Tania camina con decisiones que repercuten en el resto del grupo, pero sin desear cambiar los estados dentro y fuera, y mucho menos juzgar las decisiones y que en la intimidad de cada protagonista Loza ubica respuestas verbales en un film que sorprende y estimula.
La voluptuosidad de Tania, la ingenuidad de Daniela y el talento de Pedro, contrastan, en algunos pasajes, con el odio con el que la sociedad en la que deambulan los juzga, sin comprender que en el rechazo se fortalecen, se potencian y se multiplican, como las palabras de amor que se incluyen en uno de los guiones más inteligentes del cine argentino de los últimos tiempos.