Tan absurda como entretenida
Brick Mansions es una película extraña en múltiples aspectos. En principio, porque es una remake en inglés y ambientada en los Estados Unidos (pero con financiación francesa) que el productor y guionista galo Luc Besson hizo de Distrito 13, film de 2004 que él mismo había escrito y encargado al director Pierre Morel. En un terreno más sentimental, se trata del último largometraje protagonizado por Paul Walker, el actor de la popular saga Rápido y furioso recientemente fallecido en un accidente automovilístico. Y es también bizarra (el adjetivo que mejor le calza) por su propuesta, fácilmente cuestionable por su absurda trama y nula verosimilitud, pero al mismo tiempo reivindicable por su falta de prejuicios y por el placer (¿culpable?) que sus coreográficas escenas de acción provoca.
Ópera prima de Christophe Collette (hasta ahora reconocido editor y futuro director de El transportador 4), Brick Mansions transcurre en un futuro muy cercano (2018) y en una de las ciudades más devastadas del mundo (Detroit). Allí, con una tasa de delincuencia por las nubes y donde impera el estado de sitio, se ha construido un altísimo muro que divide a los ciudadanos de primera de los habitantes de Brick Mansions, conjunto de monoblocks donde se acumulan gánsteres y traficantes de drogas.
La trama (por llamarla de alguna manera) encontrará a un policía encubierto (Walker) y a un ex convicto francés (David Belle, todo un prodigio atlético) luchando contra un todopoderoso zar de los "Projects" llamado Tremaine (el rapero RZA, líder del grupo Wu-Tang Clan), aunque con el correr del relato habrá unas cuantas vueltas de tuerca con policías y políticos corruptos.
Los recursos del guión son del todo trillados (hay hasta un viejo misil ruso con cuenta regresiva incluida), pero es precisamente ese juego con los clichés genéricos el que hace de Brick Mansions un más que aceptable exponente de cine clase B. Eso y, por supuesto, las adrenalínicas persecuciones automovilísticas (una especialidad de las producciones de Besson) y las muy creativas peleas cuerpo a cuerpo en las que Belle aventaja siempre en elasticidad y astucia a Walker (y éste se ríe de eso).
No estamos frente a una actuación descomunal de Walker (a quien, obviamente, el film está dedicado en una foto final), pero sí ante una digna (y lamentablemente temprana) despedida de este galán que había aprendido con el tiempo a potenciar sus limitadas capacidades expresivas y a disimular sus carencias. Se lo extrañará.