Paul is dead
Equipo que gana no se toca: en la adaptación de su película Distrito 13 (Banlieue 13, 2004) al público estadounidense, Luc Besson elige dejar todo más o menos como en la original. Realismo con toques sci fi, hip hop, una Detroit distópica y la última actuación de Paul Walker hacen de Brick Mansions (2014) una película menor, pero funcional.
Aunque toda la publicidad alrededor de la película diga lo contrario, la verdadera estrella de Brick Mansions no es Paul Walker. El actor, fallecido hace algunos meses, es protagonista y todo, pero queda en segundo plano frente a lo que parece ser el verdadero motivo de la película: el parkour. Los héroes del film se enfrentan a los enemigos, gangstas musculosos armados hasta los dientes, corriendo y saltando a través de escaleras, paredes, ventanas.
Paul Walker es Damien Collier, un súper detective obsesionado con la muerte de su padre, también policía, asesinado por Tremaine, un capo mafia. Hasta ahora, todo normal. Sin embargo, falta un detalle. Tremaine gobierna en Brick Mansions, una zona de mansiones donde antes vivían los millonarios, y ahora pertenece a los criminales. Incapaz de controlarla, la policía construyó un muro que divide a esta zona del resto de Detroit. Por supuesto, la misión que se le encarga a Collier es meterse a Brick Mansions y matar a su “presidente”. Para esto va a contar con la ayuda de Lino, un luchador de parkour que también odia a Tremaine, pero por otras razones.
La película de Camille Delamarre es un calco de la original, de Luc Besson, que aquí aparece como productor y guionista. El personaje de Lino también está en la original, con el mismo nombre y todo, y está encarnado por el mismo actor, David Belle, uno de los creadores del parkour. Aunque algunas cosas cambien (la acción pasa de Francia a Estados Unidos, más exactamente en Detroit, un lugar mucho más proclive para situar una distopía con tintes cyber punk), todo recuerda a ese realismo de comic que caracteriza al cine de Besson. Por ejemplo, uno de los villanos es una mina que fuma y está toda la película en corpiño, y otro es un gigante que sólo pronuncia sonidos guturales. O aparece un viejo cohete soviético ¡en medio de Detroit!
Los enemigos se presentan con la lógica de un videojuego: de menor a mayor. A medida que van desfilando se van haciendo más grandotes, más armados, más temibles. Y la pareja de héroes los vence uno a uno a puro salto mortal, a pura patada voladora, a puro diálogo poco creíble. Esta progresión es una de las virtudes de la película, que por momentos adquiere ese vértigo narrativo tan propio de las (buenas) películas de acción de este siglo.
Vértigo pop, cochazos yendo a las chapas, mucho tiro, un final políticamente correcto: si la pensamos como “la última película protagonizada íntegramente por Paul Walker”, es una fábula anabólica y amable, casi un homenaje en vida para el actor de Rápido y furioso (Fast & Furious, 2001). Una despedida cariñosa. Pero no nos confundamos: esa es una variable que va por fuera de la película. Si la juzgamos por lo que verdaderamente es, Brick Mansions resulta una película menor, que se limita a encadenar lugares comunes de las películas de acción, uno atrás de otro. Por supuesto, la gente que hizo la peli lo sabe: toda la publicidad se basa en la muerte de Walker.