La política de la bomba.
En una distopía en un futuro cercano, los antiguos edificios modernos de ladrillo de Detroit se han convertido en guaridas de delincuentes que conviven con los ciudadanos marginados. El alcalde de la decadente ciudad ha construido un muro de contención para separar a los ciudadanos ricos que viven de los servicios de los ciudadanos pobres, herederos de la caída de la industria automotriz.
En las mansiones de ladrillo no hay hospitales, escuelas o policías. Allí la única ley es la ley del más fuerte y el líder narcotraficante Tremaine Alexander (RZA) es el más poderoso en esta selva de cemento y ladrillo. Cuando Tremaine descubre que Lino (David Belle), un gimnasta en contra de las drogas, ha robado y destruido un cargamento de estupefacientes manda a secuestrar a su ex novia, Lola, para atraparlo. Tras ser encerrado en la cárcel por matar a un policía corrupto, Lino es reclutado por el oficial Damien Collier (Paul Walker) para desactivar una bomba de neutrones -que podría destruir todo el barrio, en poder de la banda de Tremaine- y rescatar a Lola, pero nada es tan sencillo cuando se trata de política.
Sin buenas actuaciones y con una narración empecinada en prolongar escenas innecesarias de peleas y percusiones en detrimento de una historia social con mucho potencial, Brick Mansions es un ejemplo de un cine sin contenido que no logra entretener ni siquiera con escenas de acción relativamente bien logradas.
Lo que en un principio parece una historia mediocre se transforma hacía el final en un desastre satírico que no llega a ser parodia de un film de acción y solo demuestra que Brick Mansions es un producto fallido, aburrido e insulso sobre la corrupción policial y gubernamental y la relación entre el dinero, el poder y la redención de los pobres a partir de su unidad.