Cuando se ve este tipo de películas se recuerda, indefectiblemente, el personaje Damien de La profecia-1978-; El ángel malvado -1993- o, la más reciente, Maligno -2019-. El terror vuelve ahora en frasco chico pero desde el espacio.
La caída de una nave en la granja de la familia Breyer cambia sus vidas para siempre. Ante la imposibilidad de tener hijos propios, Tori -Elizabeth Banks- y Kyle -David Denman- deciden criar en secreto a Brandon -Jackson A. Dunn-, el niño que vino en la nave espacial y que se estrelló en sus tierras. Sin embargo, Brandon crece, y lejos de provocarles felicidad, trae problemas: no se muestra muy afectivo con su entorno, sufre el bullyng en la escuela y comienza a desplegar extraños superpoderes.
Brandon se obsesiona con una compañerita a la que espía, y a quien le rompió la mano, y los miedos de sus padres crecen. Hasta sus tíos que le regalan un arma para el cumpleaños, no despiertan su simpatía.
El relato presenta un comienzo interesante donde el clima de suspenso va creciendo para luego instalarse en un "mix" no siempre afortunado entre película de superhéroes y terror "gore" con una sucesión de muertes sangrientas.
El filme se vuelve convencional -la víctima sola frente a un hecho paranormal que no comprende- y se desarrolla en un escenario adecuado alejado de la civilización, entre rutas desoladas y parajes amenazantes.
El tramo final peca de exagerado mientras el pequeño monstruo del espacio hace gala de sus poderes: mete la mano en la cortadora de césped, dispara rayos por sus ojos y levita con su capa al viento, al estilo de un Superman oscuro y una siniestra máscara que oculta sus verdaderas intenciones. Quizás una secuela explique el origen del chico y su accionar.