Drama de familia
La película logra atrapar por el clima y las actuaciones, pero desvela rápido sus misterios.
Brisas heladas, la nueva película de Gustavo Postiglione, cruza el mundo teatral del director de El asadito con su experiencia cinematográfica. Su filme es un loable experimento de manejo de actores, cámaras y diálogos para crear una atmósfera particular propia del cine negro. Su historia, un policial que involucra a dos hermanos, Mabel y Bruno, y a un grupo de pseudomafiosos con su mayor sustento en el entramado de vínculos y personajes interpeladores.
Basada en la obra teatral homónima que escribió y dirigió Postiglione, con los mismos actores en los protagónicos, la historia transcurre en no más de 24 horas. Bruno (Juan Nemirovsky) y su amante, que además es la mujer del jefe de una banda criminal, matan a dos secuaces de esta banda para robarse un enigmático bolso, pero el jefe mafioso sospecha la traición y le da 24 horas a Bruno para que le entregue el botín. Mientras Bruno se refugia en su casa, llega Mabel (María Celia Ferrero), su decidida hermana, y juntos teatralizan un drama (y un policial) de familia.
Con diálogos cinéfilos, personajes que hablan de la utilidad del plano secuencia mientras la película hace un plano secuencia o referencias a películas setentistas, se va tejiendo un tono de tensión y una curiosa psicología de los protagonistas. Búsqueda de lenguaje propio para una película de género.
¿En qué falla, entonces? Para ser un policial que se va desgranando mientras avanza la trama es demasiado previsible y propone un juego de intrigas que no terminan de cerrar. Los asesinatos, los robos, las traiciones aparecen más para crear un clima que para aportar al misterio que sugiere un filme de detectives como éste. ¿Es eso parte del experimento que plantea Postiglione? Tal vez, pero los papeles de Gastón Pauls, el detective que entrevista a Mabel, y de Norman Briski, líder de la banda, no terminan de acompañar a esta historia que siembra más de lo que cosecha.